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Arianna de Sousa-García: «Debemos estar atentos ante lo que pasa en el silencio»

Por | 16 octubre 2024

Claudia Cavallin entrevista a Arianna de Sousa-García, autora de Atrás queda la tierra (Seix Barral, 2024). «El tema con la memoria es este: si nuestra tragedia, si lo que nos pasó y la exigencia de la justicia que merecemos no llega a las nuevas generaciones es nuestra entera responsabilidad, lo que hagan ellos con eso, preservarla o trabajarla o no hacer nada en lo absoluto, es su decisión.»

Arianna de Sousa-García. Foto: Yessen Bruce @yessenbruce. Santiago de Chile. 2024.

Pocas veces nos hemos detenido a escuchar lo que realmente no se oye, aquello que impone un sonido fuerte sólo en nuestras mentes, ese eco que se recrea a partir de la ausencia de las voces, en especial, de las que se contienen después de la violencia o el exilio. Bajo una promesa de la memoria, los testimonios logran albergar la sonoridad de los recuerdos sin la excusa de la censura en los silencios. Escribir, narrar, salir de los campos del mutismo, es detener la parálisis o la impotencia al borde de un abismo, para alejarse de todo aquello que hace tambalear el sustrato de lo vivido. Más allá de toda geografía distante, Arianna de Sousa-García parte de lo que debe decirse y perpetuarse, siguiendo la ruta que origina su novela de no ficción Atrás queda la tierra (Seix Barral, 2024), donde reconstruye la obligación irrenunciable de contar y registrar lo que ha sucedido en Venezuela, en estos últimos años.

Claudia Cavallin: En tu obra, divides los capítulos breves, que se escriben como testimonios, en pequeños mundos donde la experiencia y la memoria habitan. Allí, los recuerdos pueden ser una forma de supervivencia con esperanza, sin el «cinismo del corazón», que logra seguirse repitiendo, bajo la multiplicación irónica de la ceguera ante todo acto de rebeldía. Por ejemplo, ese apagón que relatas como la noche más oscura en “El país prometido, el país soberano, el país de todos” volvió a ocurrir después de las últimas elecciones de hace un mes. ¿Crees que el colapso de un sistema eléctrico en Venezuela ya es una forma tradicional de someter y detener su historia? ¿Crees que la podredumbre de toneladas de alimentos, la muerte en los hospitales, el antiguo vigilar y castigar mediante las carencias eléctricas, – que incluso permiten desaparecer rápidamente a quienes aún no se han ido de nuestro país- es un sistema inhumano que tristemente funciona para la opresión y se seguirá aplicando?

Arianna de Sousa-García: Hoy pienso que lo que en algún momento vi como corrupción, despilfarro, irresponsabilidad, es un mal aún mayor, es perverso. El régimen vio en lo que esto se tradujo para nosotros. Vio en su fracaso un arma. Saben que el hambre es un arma poderosa, que la carencia es un arma poderosa, quizás siempre lo supieron, quizás a lo que yo llamo fracaso era EL proyecto porque, quizás decir quizás es una ingenuidad de mi parte, después de todo, no somos los primeros ni seremos los últimos en estar subyugados de esta manera. Doblegar la mayor cantidad de cuerpos para someter a la mayor cantidad de mentes, para minimizar el espíritu hasta su eliminación absoluta. Estos días en los que el silencio se impuso como una ola y que el resto del mundo clasifica como calma y lo “preguntan” muy seguros, ah, pero ya todo se calmó, ¿no?, han sido quizás peores que aquellos en que podíamos ver lo que pasaba porque sabemos, nosotros sabemos, que están siendo aplastados con todo el peso del mundo, de todas las maneras posibles, que este silencio es el peso del hambre, el peso de la violencia, el peso de la muerte sobre quienes resisten allá a duras penas. En el momento en que deja ver la sistematización de ese mal, se muestra como máquina y como toda máquina no va a parar hasta que finalmente algo pase y se queme para siempre. Espero estar viva para verlo y escribirlo, son pulsiones que para mí van juntas: mirar y escribir, y que he tomado como mi responsabilidad por más difícil que sea mirar fijo tantas veces hasta sacar un par de párrafos.

Arianna de Sousa-García. Atrás queda la tierra (Barcelona: Seix Barral, 2024)
Arianna de Sousa-García. Atrás queda la tierra (Santiago de Chile: Seix Barral, 2024)

Resaltas el poder de mirar y quisiera destacar otro verbo que también elevas en tu escritura: viajar. La metáfora del viaje migratorio y del naufragio como deseos incumplidos o no, es algo que muchos venezolanos compartimos ante la crisis política que lleva más de dos décadas. Mencionas lugares, Puerto La Cruz es uno de ellos, como espacios donde se habita un universo tan fuerte como una hojilla o se revelan ciertos sentimientos, como la ingenuidad al hablar muy poco del “hay que irse”. ¿Crees que quedarse en Venezuela implica – más ahora que antes- idealizarla mientras que migrar, o pensar que “atrás queda la tierra”, significa un reconocimiento inmediato de lo que actualmente sucede?

En lo absoluto, no. Creo que quedarse tiene que ver con varias cosas -y esto quizás lo he aprendido de mis amigos retornados; un tipo específico de resistencia o templanza, una disposición especial a la limitación y a la escasez, una manera de verla y de llevarla, con la imposibilidad de movimiento en muchos casos, en fin, con la reunión de un montón de condiciones y no con idealización. Creo que al irnos comienza esa idealización, para mí es la distancia la que antepone el paisaje a lo que significa vivir en el país y no al revés. Para mí, “Mi padre el inmigrante”, poema desde donde se desprende ese Atrás queda la tierra, canta la pérdida de un mundo, el adiós a lo fantástico, pero esa fantasía solo es posible por el adiós, el tiempo, la distancia, no sé si quienes se quedaron tengan acceso a ver el paisaje de esa manera, de seguro que existe una valoración inmensa de él, pero dudo que exista fantasía por el simple hecho de no haber sido apartados de él.

Si nos mudamos al discurso de la mirada del padre, y lo que significa una nueva geopolítica paterna, en Atrás queda la tierra narras que Luis se convirtió en el proveedor de su casa con apenas 12 años. Mucho antes, la semblanza de “tu pobre padre” ya había aprendido a dudar de la bondad, a ejercer cierta superioridad que describes desde la fidelidad absoluta a los mandatos, hasta el sueño y deseo de los cambios. Jacques Lacan decía que cierta “declinación paterna” es la analogía de un hombre limitado de derechos con una personalidad ausente, carente y humillada ¿Crees que esta es la figura del padre que se mantiene ahora en Venezuela?

Tengo 8 años fuera de Venezuela, no creo tener credenciales para hablar de su actualidad, de su hoy. Escucho perpleja las historias que me cuentan mis amigos retornados porque son cosas y modos que yo no alcancé a ver. Apartando ese hecho, también me parece que hablar de una figura del padre a nivel nacional es una generalización absolutamente errada, como toda generalización, que un sociólogo o un psicoanalista esté interesado en hacer, por mi parte, y pienso que este es el trabajo de la literatura, más que generalizar me interesa retratar, esbozar e incluso imaginar la mayor cantidad de figuras posibles.

Volviendo a los largos períodos de silencio que mencionas, en tu obra existe aquello que llamas «el más absoluto silencio que se escucha». Curiosamente, los silencios pueden ser otras formas de asumir lo que sucede. ¿Cuál sería el valor que, como venezolana y escritora, le confieres a todos y cada uno de los silencios de estos últimos años?

Antes te decía que desde fuera el silencio que vino después de la protesta postelectoral ha sido traducido como calma desde el exterior. Nosotros, que sabemos que ese prolongado y tradicional silencio antes de dar los resultados electorales significa que los están falseando (una vez más), nosotros, que sabemos todo lo que puede pasar en ese silencio y conocemos la fuerza que lo impone, entendemos que puede representar exactamente lo contrario. Nuestros silencios han sido violencia, agotamiento, represión, hambre, culpa, rabia, frustración, extrañamiento, y entre todo eso, pensamiento. Tras el pensamiento, las ideas, el trabajo, que es una forma de procesar, pero también de evadir, la subsistencia, la vida o no porque también ha venido la nada misma, la enfermedad, la muerte. Si bien el silencio es comúnmente apreciado como un bienestar (y lo entiendo y lo necesito para mi escritura y lo he disfrutado así en mi vida en otro país), para nosotros y nuestro país el silencio general nunca ha sido señal de algo bueno. Sin embargo, en ese mismo silencio es posible escuchar la respiración propia o de alguien más, una llamada de auxilio, un canto, el propio pensamiento. Habría entonces que estar atento a lo que pasa entre todo el silencio, esperar pacientes nuestro turno de hacer y ojalá estar listos para ello.

Hay ciertas dicotomías que aparecen también en tus escritos, donde la felicidad en ocasiones sobrevive como un fragmento inestable en el que permanecen y se dividen los recuerdos. Las aulas, el oficio, la pasión. Los lugares donde se estudiaba mientras apresaban a los periodistas, los proyectos que se construyeron pieza por pieza, para luego despedirse de ellos con total aceptación. ¿Crees que ese mundo “tan violento y tan veloz” que relatas terminará bloqueando la libertad de expresión en Venezuela?

Creo que la libertad de expresión está bloqueada en Venezuela desde hace muchísimo tiempo, desde que cerraron emisoras radiales y canales de televisión nacional, desde que, siendo más precisos, decidieron que eso de la libertad no existiría para la mayoría de los venezolanos. Que existan aún proyectos periodísticos o informativos tiene que ver más con una respuesta a esa violencia y a una responsabilidad ciudadana y profesional que a una libertad propiamente dicha para hacer, curiosamente, que existan aún esos proyectos es uno de los argumentos del gobierno para decir que existe libertad de expresión, pero si no es para todos, ¿es libre? yo pienso que no y que quienes ejercen aún en el país saben que cualquier día pueden desaparecer.

Quisiera finalizar con esa identidad múltiple que llevan los niños con muchos acentos y que ahora viven fuera de Venezuela.  Para ellos quizás no es necesario ser chilenos, o venezolanos, sino simplemente ser. Aquella memoria de elefante que mencionas, ¿Crees que se disuelve en las nuevas generaciones? Si las madres migramos con nuestros hijos a cuestas ¿Deben ellos preservar nuestros recuerdos para que también sobrevivan en su memoria, cargados como un morral sobre sus hombros?

Es muy bello eso de simplemente ser, suena bien, de hecho, suena ideal. El asunto está en la lógica con que se maneja el mundo, una de las primeras preguntas que se le hacen a una persona que se diferencie de los demás por su físico, su ropa o su acento es de dónde es y eso incluye a los niños. Lo que durante un momento no es una necesidad (una identidad ligada al origen) va cobrando importancia con el tiempo y la va cobrando demasiado pronto. En sí la interculturalidad es una fortaleza, pero saber vivir en la mixtura, apreciarla y defenderla es algo que, después de ese choque inicial con el mundo, se adquiere con el tiempo. Por supuesto existen personas cuyo nivel de vida les permite no tener ese encontronazo, estar sobre él, pero no es el caso de la gran mayoría de la migración venezolana.

Entonces, el tema con la memoria es este: si nuestra tragedia, si lo que nos pasó y la exigencia de la justicia que merecemos no llega a las nuevas generaciones es nuestra entera responsabilidad, lo que hagan ellos con eso, preservarla o trabajarla o no hacer nada en lo absoluto, es su decisión.

Arianna de Sousa-García (Puerto La Cruz, Venezuela, 1988) es periodista y magíster en Escritura Narrativa. En 2016 ganó el Premio Jesús Márquez del diario El Tiempo, por su trabajo de investigación relacionado a la cadena de control alimentario en Venezuela. Vive exiliada en Santiago de Chile desde 2016, donde trabaja como librera. Es cofundadora de Casajena editoras y forma parte del colectivo de escritores Traza. Nieta de migrantes, en su trabajo como periodista se ha dedicado a cubrir temas como la desigualdad y las carencias sociales.

Claudia Cavallin (San Cristóbal, Venezuela, 1972) es Profesora Asociada en la Universidad Simón Bolívar (Venezuela) y docente en el Departamento de Lenguas y Literaturas de Oklahoma State University. Es autora de los libros: Ciudades de película: Ficciones urbanas del cine, la literatura y la música (Editorial Académica Española, 2012) y Espectros de la palabra. La metáfora en Borges: los juegos del lenguaje que hacen posible la configuración de un universo de imágenes recursivas (Editorial Académica Española, 2012). Entre 2012 and 2015, fue directora de Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales.

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