El dibujo de la isla, de Fedosy Santaella

Cuando un relato se inicia con dibujos de líneas circulares que se enhebran como espirales fantásticas, y una cita de Gina Saraceni “La isla sabe cuánto cuesta estar a flote”, en ese mar donde navegan otras palabras – las de Mark Strand o las de Franz Kafka – cierta existencia en la penumbra recompila otras ideas de una vida que se desliza bajo las olas de las imágenes, como si fuesen partes del océano inmenso de la escritura privada. Allí emerge el rumbo navegante de El dibujo en la isla (Monroy, 2023), uno de los últimos libros de Fedosy Santaella, quien ha publicado otras obras donde coexiste la existencia entre familias, ilustraciones y palabras, como Retablo de plegarias (El Taller Blanco Ediciones, 2019), El barco invisible (Oscar Todtmann Editores, 2020) y Daemon (LP5 Editora, 2022). Esa vez, Santaella se transporta en el oleaje de figuras insertas en los capítulos de su obra, a través de un triángulo que equilibra las tres estancias de las que hace mención en el primer capítulo: “El país, el dibujo, la isla”.

Habitar, para muchos de nosotros, ha sido siempre permanecer en el aposento donde logramos sentirnos seguros.  Ese lugar, bien podría ser una casa, un paraje, una cueva o leyendo, quizás, un libro. Pero habitar en una ciudad ajena y peligrosa, también recrea un universo similar en la literatura.  En la obra de Santaella, ambos mundos se combinan en cada una de sus páginas. Al inicio, el volver a casa es posible incluso para los lectores que hemos estado alejados de esos sitios donde construimos nuestra memoria y que, desde hace años ya, parecieran dislocados, o destruidos. Allí, un padre que expone a sus hijos en las calles se ve envuelto en la mirada de otro padre que dibuja rostros con un bolígrafo; una madre, siente el dolor profundo de otra que acaba de perder un bebé de apenas dos años; una chica que dibuja pájaros logra volar más alto que los que permanecen detenidos en la ciudad de Caracas.  Y ante todo esto, los primeros auxilios pueden ser las palabras o los dibujos detallados de un ave, un árbol, un cuaderno ilustrado. Porque, aquí, la ilustración no es sólo la semblanza de una era del conocimiento más profundo, es algo más visual y sensitivo que permanece entre las historias donde la luz gira a través de los dibujos.

Como si la movilidad se transmitiera también desde los mapas, algunas historias de viaje, como “El sentido”, se mudan desde la ciudad al mar. Valencia, Puerto Cabello, Borburata, Isla Larga son estaciones que se disuelven como puntos de encuentro y que terminan reforzando un horizonte infinito, donde sale del agua un mástil quebrado y un silencio absoluto frente al mar. Es así, como señala el autor, que la vida tiene sentido. O quizás, recobra ese sentido que añora siempre preservar. En otra de sus historias, la figura de la madre también dibuja los giros de un relato. “Mamá” se inicia con “ella viene a quedarse unos días”, pero todo dibujante sabe que las historias y los rostros en papel nunca se alejan ni del tiempo, ni de los lugares. La madre permanece y su existencia se adhiere a los dibujos. Dibujar, en muchas ocasiones, es una herencia que se detiene en la manera de crear las historias familiares y, en ocasiones, también de perturbarlas. El niño de esta crónica aprende que la herencia de un talento ilustrado también puede ser sometida por la severidad de una madre, que la sucesión que permanece en portafolios no siempre está archivada entre el orgullo y la humildad.

Y así, cada relato va mudándose de lugar, de tiempo, de cercanía, entre el oleaje de otras historias que se mueven salpicando los dibujos: La de la autoría colectiva con su pequeña Natalia, la del curso inconcluso de los diseños por correspondencia, la de la copia de la figura erótica y mística del Cristo Hipercúbico de Dalí, la de los cómics y la revista Heavy Metal, para volver siempre hacia la luz de los libros, aquellos que iluminan un resplandor en la hora gris. Este libro de Santaella, como titula uno de sus capítulos, está “Cada vez más cerca” de lo que fuimos y de las razones por las que muchos hemos cambiado ahora. La dinámica de dibujar sin nunca detenerse, más allá de cualquier giro estético o discursivo, es una necesidad de desahogo que nunca se contiene por completo. Una vez más, como el oleaje profundo de los océanos que se traspasan al dejar el lugar del origen, el sentido y la plenitud de las “palabras raras hoy en día, poco dichas”, se recupera al escribirlo y dibujarlo todo. Como relatos, como bosquejos, como ese hombre rectangular y obscuro, formado por espirales y rodeado de peces que se ocultan en el mar -o vuelan hacia el cielo- que aparece en una de las páginas de su libro, esta obra escrita y dibujada de Fedosy Santaella claramente asume su origen como un verso de Miguel Hernández: “La mano es la herramienta del alma, su mensaje”. Una herramienta que no se detiene, que navega hacia los mares más profundos del contarlo todo.

©Trópico Absoluto

Claudia Cavallin (San Cristóbal, Venezuela, 1972) es Profesora Asociada en la Universidad Simón Bolívar (Venezuela) y docente en el Departamento de Lenguas y Literaturas de Oklahoma State University. Es autora de los libros: Ciudades de película: Ficciones urbanas del cine, la literatura y la música (Editorial Académica Española, 2012) y Espectros de la palabra. La metáfora en Borges: los juegos del lenguaje que hacen posible la configuración de un universo de imágenes recursivas (Editorial Académica Española, 2012). Entre 2012 and 2015, fue directora de Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales.