“Nunca dejé de estar a mi lado en el delirio”. Entrevista con Enza García Arreaza
"Mi punto es que a veces quisiera que cuando el lector afrontara mi obra se quedara con la sensación de que, si yo puedo, ellos también. Con furia, con admiración. Y que ningún viejo ladilla te mande a calmar. Vamos a mirarnos con desconcierto, curiosidad y pasión. Bulla y sancocho, tómbola y truco. He vivido con pasión por mí misma. Nunca dejé de estar a mi lado en el delirio, en el acto de ser una muerta de hambre, en la combustión de tres días sin electricidad."
Existe una manera de transgredir las fronteras geográficas que no requiere, necesariamente, del traslado de nuestros cuerpos. Más allá de cualquier mapa limitado y fronterizo, son los rostros, los torsos, las extremidades, los gestos y los movimientos reconstruidos o posiblemente enmascarados, los que recrean los papeles volantes que nos unen con la obra de Enza García Arreaza. Desde una exposición que emana “Emulsiones” (La Poeteca, 2024), hasta las páginas de esta entrevista para Trópico Absoluto, cada imagen proyecta un pendulante giro entre los lugares del mundo y los idiomas. “Right now, you are a child holding hands with a fortune-teller. All the rest is hypothesis and dream”, dice Louise Glück, y Enza lo cita para mudarse luego a su confesión del por qué las fotografías son espacios de la ciudad; cada una de ellas “con un pormenor que me convence. O no me convence, y por eso sigo hacia la próxima foto”. “The camera is an instrument that teaches people how to see without a camera”, dice Dorothea Lang, y Enza vuelve a la mirada aprendida cuando se encubre tras la cámara “para no experimentar el mundo sino mi esperanza en el mundo”. Desde las imágenes, pasamos entonces a los sonidos, a un audiolibro. De allí, a la escritura, ese juego de palabras que también sugiere cierta pertenencia a múltiples espacios, por ser ellos los que animan al nunca detenerse. A partir de la conjunción de todos estos elementos, viajamos como lectores a un universo que no se contiene a sí mismo, y que reconfigura todo lo que somos.
Claudia Cavallin: En tu audiolibro Cosmonauta (La Poeteca, 2022), las palabras y tu voz se enhebran con las imágenes. Allí los idiomas se entrelazan y, por ello, me inicio con esa conexión directa que tienes con todo aquello que recortas y pegas sobre un papel -repleto de rasgos y rasgado – y lo que narras. Hay un pez globo que dibujaría un cuadrado, un lugar común que se derrumba, un poema de nieve fastidiosa. Partiendo de las formas móviles que allí se encuentran, y pensando un poco en la literatura, en tu obra ¿existe un retorno irónico o, probablemente, sarcástico similar al de los cuentos de hadas? O, por el contrario, ¿tu escritura es un collage de las formas y los sentidos que, lejos de toda ingenuidad infantil, tiene una finalidad crítica profunda y controversial al expresarse así?
Enza García Arreaza: Mi mamá cazaba conejos. Cuando me lo contó me la imaginé en la Francia del siglo XIII, pero en realidad el recuerdo venía desde Puerto la Cruz, en 1965. Ella cazaba conejos y los guindaba de una pata. A veces creo que es tan idiota que sea yo quien deba responder estas preguntas. Los cuentos de hadas, reventar un globo, ser un poquito controversial… Ay, no. ¿Qué importan los cuentos de hadas cuando te están cayendo a coñazo en medio de la calle porque no vendiste todas las empanadas que te mandaron a vender y los conejos que cazas no pueden rescatarte? Qué terrible que las niñas no cuenten con mejores trucos y sombreros. Ah, pero los cuentos importan porque el dolor transmigra de un cuerpo a otro y alguien tiene que sacar la cabeza por la ventana y avisarle al que viene. Cada niña también un mecanismo ciego e imparable. Yo a los ocho años rompí unos huevos y los puse debajo de la cama.
Como mencionas, el dolor transmigra y en tu escritura también pueden hacerlo los cuerpos. Paso ahora a un juego de palabras que utiliza Miguel Gomes cuando describe los lenguajes liminares que utilizas en El animal intacto (Isla de Libros, 2020). Allí están tus dibujos y un patrón que obliga al lector a moverse a un “espacio exterior sin patrón reconocible” (Gomes, 2021). Ese espacio puede trasladar al lector desde las ciudades hacia los refugios, desde un cuerpo humano hacia una figura animal. En esta jerarquía de lo escrito: “Miguel, ¿qué es un zorro? / Harías una pausa/ para traer a la bestia sigilosa y diminuta / que escarba en la basura del suburbio/ y después se oculta en las hojas secas / como en tu cuento”, ¿Crees que son ellas, las criaturas que detallas y describes, las que invaden nuestros espacios? Como señalas en un poema, que cita a otro de Ted Hughes, ¿Existe un universo natural que se impone en tu poesía y reconfigura todos los cuerpos?
“We live in twilight world and there are no friends at dusk…” Sí, espero que sea así, que las criaturas invadan el espacio y reconfiguren los cuerpos. También me conformo con que la gente diga que mis poemas dan risa o son cuchis. Después de todos estos años me siguen mandando zorros por Instagram y casi siempre es un zorro que ya he visto cincuenta mil veces porque el algoritmo obviamente me conoce y gobierna mi vida, pero igual sonrío y pienso “qué sortaria soy, porque esto no le pasa a todo el mundo”. Siempre hay una época y un lugar donde uno se encuentra con algún viejo ladilla y con rabo de paja que te manda a ser humilde, a no darte importancia, a valorar el silencio y el recogimiento. Son los mismos viejos que aprovechan de tocarte el culo cuando te felicitan por alguna cosita que hayas hecho. En fin, mi punto es que a veces quisiera que cuando el lector afrontara mi obra se quedara con la sensación de que, si yo puedo, ellos también. Con furia, con admiración. Y que ningún viejo ladilla te mande a calmar. Vamos a mirarnos con desconcierto, curiosidad y pasión. Bulla y sancocho, tómbola y truco. He vivido con pasión por mí misma. Nunca dejé de estar a mi lado en el delirio, en el acto de ser una muerta de hambre, en la combustión de tres días sin electricidad. He pagado por ser incorregible, por mis guabineos, por ser brutica y atorrante. Uff… Enza Carolina. Gracias.
Ya que hablamos de ellos, de la ciudad, y de los rostros animales en particular, me gustaría que nos mudáramos ahora a lo que compartes en Instagram. Allí hay imágenes móviles que simulan situaciones veloces, con miradas que añaden críticas directas y referencias visuales que pueden ser interpretadas más allá de los juegos. Vemos máscaras sobre cuerpos. Últimamente, en “The Little Stories Project”, las iconografías – como en el mundo que las comparte- se contradicen o complementan en lo sentimental, en lo emotivo, en lo cercano, y en las formas de expresarlo todo de manera pública. Un crimen sobre una hornilla que es aries; ciervos sobre líneas borradas, tachadas e incompletas que ilustran un “Business trip”; una casa detrás de la órbita de un planeta, diagonal a un oso que lleva un sobre, entre las estrellas que sostienen las palabras de “Sweet Anna”. ¿Hacia dónde deseas dirigir el mundo que recreas en Instagram? ¿Cómo describirías el mimetismo personal que utilizas para publicar en tu red?
Uno de mis grandes hallazgos después de estos años en Estados Unidos es que hay gente que no tiene imaginación sino un fósil en la cabeza. Y esa gente además de aburrida es peligrosa. Los estadounidenses (que difícil resistirse a la tentación de llamarlos gringos) de verdad están esperando que Daddy Hollywood les diga qué imaginar. Y cuando yo no vivía aquí y escuchaba a gente que sí lo hacía, al decir lo que acabo de decir pensaba que exageraban, que el comentario venía de cierto resentimiento migrante. Pero oye, no. Vivir aquí es un chiste medio espantoso. No hay cuerpo que aguante tanta profecía y arrogancia. Las generalizaciones son peligrosas, se sabe, pero uno tiende a pensar en estos términos totalizantes en la intimidad de sus sentimientos mientras intenta lidiar con las decisiones tomadas. A veces digo las cosas en voz alta para hacerme responsable. ¿Por qué estoy tan enojada? ¿Cuándo se va a acabar esta sensación de estar en el lugar equivocado? ¿Quién soy yo? ¿Acaso no es maravilloso que todos, tarde o temprano, tengamos que responder esa pregunta? Cuando era más joven quería ser uno de esos adultos que se quejaba de Instagram. No, ya no. Soy feliz montando mis reels y mis fotos. A veces, hasta me ofrecen trabajo. También hay gente que me acosa y cree que sabe todo de mi vida, pero bueno, son estos tiempos, ¿no? Con frecuencia, a la gente no le interesan el arte y las posibilidades creativas, sino que quieren vivir relaciones parasociales con los monolitos que se encuentran en el camino. En fin, vivo para disfrazarme de mí misma y para tener indigestión de países.
Desde las imágenes de tus fotos, quisiera volver a las palabras y a las definiciones que sugieres a través de ellas. En tu poema “Cosas que le cuento a un ángel guardián” (Letras Libres, 2024) mencionas una memoria colectiva. Así como compartes lo visual, los cuerpos, las palabras, las miradas de James, en todo lo que escribes ¿hay algo en particular que podrías definir como el elemento que existe en todos -o en muchos- y, al mismo tiempo, siempre permanece en tu escritura de la memoria? ¿ciertas identidades móviles que se llevan al migrar? ¿lo que has mencionado en otras conversaciones como “fracasos y violencia definitoria” que cuesta dejar atrás? ¿algo más particular que haya viajado contigo?
Me traje La mágica enfermedad y otros poemas (Monte Ávila Ediciones, 1997), de Jesús Sanoja Hernández. Me traje la ropa interior que tenía y de la que gradualmente me fui desprendiendo por uso o por desdén. Salvo por una pantaleta. Cada vez que me la pongo exclamo “ah, mira, es mi última pantaleta venezolana”. De El Palacio del Blumer. De 2017. De apartar una platica para cubrir sueños y necesidades básicas. De ver a medio mundo irse. De enseñársela a James por videollamada (cosa para humillante mostrarse traviesa por videollamada cuando tienes hambre y ganas de morirte, pero cómo ibas a permitir más derrota, cómo los ibas a dejar apoderarse de lo último que quedaba de tu cuerpo). Cuesta dejar atrás ese futuro donde estamos juntos y a salvo, cuesta dejar atrás lo que ya no vas a saber de ti. Al poder le interesa dinamitar tu identidad, reemplazar tu nombre por un doble siniestro y maniatado. Y uno va y termina cogiéndole cariño al doble siniestro y se lo trae también. En algún momento habrá que darle un puntapié. Liberar naciones es pan comido, arrecho es curarse.
Para finalizar, vuelvo una vez más a las imágenes. Hay otra serie que compartes en Instagram conectada intensamente con otras fotografías, como aquella de la casa que circula tu rostro, inspirada en la foto de Willem Dafoe. Allí señalas que quieres atravesar la foto, en vez de enmascarar un rostro repleto de deseos. Toda casa lleva adentro algunas cosas, y si la de Dafoe ocultaba los rastros de la huida de Marc Chagall, o la naturaleza del diálogo entre el blanco y el negro – como ha sido mencionado anteriormente – ¿Qué elementos permanecen eternamente dentro de las paredes de tu casa y refieres siempre en tu escritura? ¿Por qué?
Vivimos en una casa construida en 1910 que cruje por todo y cuyas puertas no terminan de cerrar. La puerta del sótano nos ha pegado unos buenos sustos. Los hijos de los inquilinos anteriores dejaron juguetes, dibujos e incluso una bolsita con dientes de leche. A mí ese hallazgo me dio ternura porque yo solía guardar los dientes de mis sobrinos, habrán quedado en una cajita en mi cuarto en Puerto la Cruz. James no se inmuta gran cosa durante las tormentas eléctricas porque está acostumbrado, pero hubo una advertencia de tornado en 2023 que nos hizo correr EN SERIO al sótano. El estruendo fue aterrador. No sabíamos exactamente qué se estaba viniendo abajo. Y por un instante cierta furia pudo más que el pánico: imagínate tú venirse a morir una en el medio oeste cara pálida, de puro viento y espacio. No hay más fantasmas que uno mismo y sus reconcomios, flotando de la cocina a la secadora, del deseo a la paranoia. Otra noche de 2023, un borracho nos vino a tocar el timbre a las tres de la mañana y como no sabíamos qué estaba pasando terminamos llamando a la policía. No importa para dónde huyamos, siempre vamos a estar en la cuerda floja ante resultados irreversibles. Los venezolanos aquí y allá tenemos que recordar que el mundo no se detuvo con nosotros. No fuimos los primeros en perderlo todo ni los últimos en sobrevivir. Mi desafío de todas las mañanas es no mandar a cierta gente por aquí a callarse la boca porque no ha sufrido como yo, como nosotros. La condición de víctima no puede ser un estado de la materia ni una personalidad. Lo que pasa es que sufrir tiene su gracia, uno se siente clarividente y galardonado. Hablar es chévere, dar declaraciones es mejor, jaja.
©Trópico Absoluto
Enza García Arreaza (Puerto La Cruz, Venezuela, 1987) es narradora y poeta, autora de Cállate poco a poco (2008), El bosque de los abedules (2010 / 2016), Plegarias para un zorro (2012 / 2019), El animal intacto (2015) y Cosmonauta (2020). En 2017 participó en el International Writing Program de la Universidad de Iowa y fue escritora invitada de la organización City of Asylum en Pittsburgh. Entre 2018 y 2020 fue residente del International Writers Project de la Universidad de Brown.
Claudia Cavallin (San Cristóbal, Venezuela, 1972) es Profesora Asociada en la Universidad Simón Bolívar (Venezuela) y docente en el Departamento de Lenguas y Literaturas de Oklahoma State University. Es autora de los libros: Ciudades de película: Ficciones urbanas del cine, la literatura y la música (Editorial Académica Española, 2012) y Espectros de la palabra. La metáfora en Borges: los juegos del lenguaje que hacen posible la configuración de un universo de imágenes recursivas (Editorial Académica Española, 2012). Entre 2012 and 2015, fue directora de Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales.
3 Comentarios
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Encantadora entrevista. Gracias a las dos.
Que auténtica la Srta García, toda una Artista y que Buena entrevista!
Éxito
Disfrute leyéndola. Gracias