Elogio de las ruinas
Hensli Rahn Solórzano reseña la novela Cálidas ruinas (Monroy Editor, 2023) de Rubi Guerra. “Al cerrar el libro, el lector —en quien fue legada la verdadera aventura— ya no es el mismo. Sabe que un hombre ha sobrevivido a la destrucción de su intimidad. Ha oído a una voz hablar de ello, lo ha afectado su medida exacta para atravesar la hendidura de esas “cálidas ruinas”.”
El efecto de intimidad que alcanza el género de la novela me vuelve a sorprender cada cierto tiempo. La más reciente que he leído es del escritor venezolano Rubi Guerra (San Tomé, 1958) y explora una zona sensible donde las haya: el desmoronamiento moral que sobreviene luego de una crisis en la vida adulta.
Cálidas ruinas (Monroy Editor, 2023) es una novela breve que cuenta las horas bajas de Medina. Se trata de un joven periodista que vive junto a su esposa en una ciudad de la costa venezolana e intenta escribir una novela. Pero un día lo gana la sospecha de que ella es infiel y así descubre —acaso demasiado tarde— las hondas grietas que socavan tanto su matrimonio como su entorno material. ¿Qué hacer, pues, con las erosiones y las decepciones, con ese “atroz desgarramiento”? Marcharse del hogar con su ropa metida en un maletín o, tal vez, desquitarse con la vecina más joven del edificio.
Aquí obra maravillas el tono sobrio, hipnótico, de intensidad controlada, que emplea el narrador omnisciente. Mientras demora estratégicamente la decisión —o el deseo— de Medina, el lector ya está felizmente arrellanado en su sonido y la novela queda libre para abordar otros aspectos de Medina y su entorno, un entorno que pareciera tener un temperamento propio e imponer sus deseos en aquel. De esta manera cobra fuerza una segunda indagación paralela en Cálidas ruinas: para qué sirve la ficción, en qué condiciones aparece y por medio de qué mecanismos internos se cristaliza.
Despejada la aventura de la fórmula del relato, queda el héroe Medina ante el derrumbe del entorno y solo junto a su cuaderno, es decir, a solas con la posibilidad de salvar la vida vivida, la soñada, o al menos reestructurar el tiempo de ellas sobre una hoja en blanco.
Varios personajes desfilan en un total de ocho capítulos breves que, en su mayoría, sólo rozan el derrumbe matrimonial del protagonista, ofreciendo relatos laterales o prolongados “desvíos” —a veces con elementos oníricos—, como el de la educación sentimental, el de los años de aprendizaje literario o el del funeral del padre, por nombrar algunos. Hay pasajes y hasta un capítulo entero que provienen de Los dormidos y los muertos, la novela que Medina escribe por dentro de la novela. Y hay además descansos hilarantes como, por ejemplo, cuando se encuentran en un bar el protagonista y su amigo Manuel Villar, al que entregó en confianza parte del manuscrito sólo para escuchar sus comentarios. Villar reprende a Medina porque el título del capítulo 3 —que para entonces ya hemos leído— le pareció “horroroso” y su contenido “peor”. Pero con el paso de las páginas y los días, se apaga la carcajada y el aire tibio va recobrando su densidad asfixiante.
A Medina la ficción le ha servido como refugio del paso del tiempo; no sólo la escritura sino su reverso, que es la lectura. Por eso sería tan terrible su eventual pérdida, como termina ocurriendo en la página 88: “En la habitación pequeña, donde [Medina] tenía los libros y su esposa material de costura y sus propios libros, buscaba, sin poder encontrarla, una novela de Conrad que quería releer…”
Me gustaría que esa obra fuese La línea de sombra (1917), del escritor británico de origen polaco Joseph Conrad. El subtítulo de la versión original inglesa es A confession, “una confesión”. Ahí un hombre narra las tremebundas dificultades que encontró en su primera vez como capitán de un barco, cristalizando en ellas el paso individual de la región de la juventud a la adultez. Durante la travesía lleva un diario que, con el correr de los días, se convierte en su ancla para permanecer sujeto a la cordura. Y hacia el final del relato, el hombre concluye que ni él ni su tripulación pudieron llevar la nave a buen puerto, sino que ha sido al revés: como si estuviese poseída por una fuerza inexplicable, la embarcación los condujo a ellos haciéndolos pasar sufrimientos sin cuento. Por lo mismo, razona, la llevarán por siempre metida en el corazón.
Pero entre La línea de sombra y Cálidas ruinas media poco más de un siglo. Una huella contemporánea en la última es precisamente la ausencia de “travesía”. Despejada la aventura de la fórmula del relato, queda el héroe Medina ante el derrumbe del entorno y solo junto a su cuaderno, es decir, a solas con la posibilidad de salvar la vida vivida, la soñada, o al menos reestructurar el tiempo de ellas sobre una hoja en blanco. De conjurar la riqueza de este proceso se ha encargado el personaje más fascinante de la novela, que es su narrador omnisciente y subjetivo, sofisticado y prosaico. Al cerrar el libro, el lector —en quien fue legada la verdadera aventura— ya no es el mismo. Sabe que un hombre ha sobrevivido a la destrucción de su intimidad. Ha oído a una voz hablar de ello, lo ha afectado su medida exacta para atravesar la hendidura de esas “cálidas ruinas”.
©Trópico Absoluto
Hensli Rahn Solórzano (Caracas, 1982) es narrador y músico. Ha publicado el libro de cuentos Dinero fácil (Libros del Fuego, 2014) y el de crónicas Crónicamente Caracas (FCU, 2008). Por sus relatos ha recibido diversos reconocimientos en Venezuela. En 2016 fue escritor invitado en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. Con la agrupación Autopista Sur publicó el disco Caracas se quema (2008). Reside en Berlín.
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