Walking around
Hace apenas veinte años atrás, a comienzos del nuevo Milenio, Venezuela era percibida internacionalmente como un Estado latinoamericano prometedor, capaz de implementar políticas redistributivas innovadoras que acabaran con la desigualdad social y fortalecieran la unidad regional. La elección del presidente Hugo Chávez, en 1998, ejemplificó un cambio posible frente a la erosión de la democracia representativa y el fracaso de las políticas neoliberales. La era de Chávez se inauguró con la creación de una nueva constitución, el empoderamiento de poblaciones desfavorecidas y el desarrollo de programas innovadores con la misión de saldar la deuda social. Por supuesto, el alto precio del petróleo contribuyó a que Venezuela se convirtiera en un modelo viable para la región. Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua —cada uno con sus propias particularidades— se sumaron a lo que luego se conoció como la marea rosada. También fue la época de Lula en Brasil y de Michelle Bachelet en Chile, toda una constelación de personalidades carismáticas que renovaron el liderazgo latinoamericano. Con el paso del tiempo, sin embargo, Venezuela se convirtió en un régimen autoritario, caracterizado por su rápido colapso al caer los precios del petróleo, los altos niveles de corrupción y violencia, la apropiación estatal de importantes industrias, la criminalización de la oposición política y el aumento de las economías criminales. Con la muerte de Hugo Chávez y la desintegración regional, la Revolución Bolivariana fracasó y Venezuela se convirtió repentinamente en un mal ejemplo, un conjunto de políticas a evitar ya que impedían el progreso y el desarrollo. La nación que parecía una prometedora alternativa se convirtió en el más dramático fracaso e indiscutible índice del quiebre de la región, con la mayor, más urgente y más abrupta crisis migratoria de la historia moderna de América Latina.
Hoy en día, pensar a Venezuela obliga a expandir cualquier condición de espacio, flexionar la noción territorial característica de toda comunidad imaginada para localizar sus nuevas órbitas en los lugares más insospechados. El masivo éxodo de venezolanos ocurrido en los últimos cinco años constituye un caso histórico tanto para un país que nunca antes migró y que, por el contrario, cobijó a numerosos migrantes, como para América Latina y su muy compleja historia contemporánea de desplazamientos. Nunca antes, en tan corto tiempo, una población había decidido abandonar su territorio de origen y llegar a pie, en bus, o en cualquier otro medio de transporte, atravesando países enteros, a ciudades como Medellín, Lima, Santiago de Chile o Ciudad Juárez. Una marea de cuerpos migrantes se ha extendido por el mundo, llevando el característico fraseo venezolano a los lugares más impredecibles. Venezuela y su compleja producción simbólica han pasado de una historia heroica –ser la cuna de Simón Bolívar, el Libertador de América–, a la historia del fracaso y la destrucción de dimensiones sin precedentes. Habiendo sido en los setenta, el país más próspero de la región, plataforma geopolítica estratégica del latinoamericanismo, y habiendo tenido el reconocimiento unánime como una democracia modelo, Venezuela enfrenta la más compleja crisis humanitaria de su historia republicana. Sus caminantes le dan cuerpo, en cualquier lugar adonde vayamos, a la incertidumbre e implosión de un todo un gentilicio.
Pese a la inédita migración masiva y el doloroso descalabro, Venezuela ha concebido su fracaso desde sus inicios. Desde temprano, figuras como la derrota, la ruina, el destierro, la inestabilidad y la desmemoria han rondado las artes venezolanas. La literatura, el cine y las artes visuales han tendido siempre, más que otras disciplinas como la historia o la sociología, a vislumbrar aquello que resulta inimaginable o insoportable, aquello que se torna inconveniente por doloroso o, incluso, aquello capaz de anticipar la incertidumbre de ser venezolano, de vivir en Venezuela, de pensar a Venezuela. Por su intrínseca condición especulativa y ambigua, nuestras artes también se han fijado en las grietas, en aquellas erosiones del monumento, en lunares y discontinuidades que han fundado el signo común. En cierto sentido, ellas han insistido en que el héroe está desnudo, que nuestra empresa independentista fue fundada en el fracaso y el desvanecimiento de todo un país. Antes de ser República, parecen decir, Venezuela ya había orquestado su propia destrucción.
Pensar a Venezuela nunca había sido más urgente. Recientes revisiones críticas han dado cuenta de cómo la fundación nacional se extiende en el populismo de Estado, en las interpelaciones que disciplinas estéticas pueden tener sobre el signo tricolor.
En su extraordinario libro Dancing Jacobins: A Venezuelan Genealogy of Latin American Populism, el antropólogo Rafael Sánchez descubre las complejidades y contradicciones de la nación venezolana a través de un impresionante juego de fuentes historiográficas, enfoques teóricos, narrativas antropológicas y artefactos literarios y visuales. El libro insiste en una idea central: los representantes políticos venezolanos han tenido la obligación de monumentalizarse a sí mismos como la “voluntad general” inmutable de la población altamente heterogénea, móvil y deslocalizada de la nación. O, en palabras del propio Sánchez: “las apariencias pomposas y estatuarias de los representantes políticos deben complementarse con sus agitados bailes” (5, nuestra traducción). Por esta razón, los jacobinos venezolanos necesitaban tender un puente entre lo universal y lo singular, entre lo general y lo particular, para poder gobernar a sus inestables y muy movilizados electores. De acuerdo con el libro, los diputados venezolanos se monumentalizaron a sí mimos por primera vez como la encarnación visible de una “voluntad general” durante la crisis de la independencia, cuando faltaban los recursos simbólicos y materiales para incorporar a las poblaciones subalternas al orden republicano. Sánchez explora cómo el gobierno convirtió los cuerpos en espectáculos que promovieron la construcción de un terreno común.
Por su parte, Ana Teresa Torres en su extraordinario libro La herencia de la tribu, cuyo capítulo introductorio forma parte de este número, propone cómo este “terreno común” al que se refería Sánchez, no solo resulta imposible, sino que activa la condición sacrificial de Venezuela. Torres retorna a una pregunta no contestada, ¿qué destino habría tenido Venezuela si pudiera pensarse sin su empresa heroica, sin Simón Bolívar?; para proponer cómo la independencia de todo un continente necesitó del cuerpo sacrificial de una nación. Luego de la gesta independentista, como ninguna otra nación, Venezuela quedó devastada; y su población, menguada. Torres se pregunta por los caminos alternos que los mundos literarios y ficcionales pudieran abrir para entonces poder interpelar desde otro lugar la historia monumental venezolana.
País Portátil revisa la escritura procedente de un país que se cae a pedazos, pero que lo hace dando cuenta de la fragilidad inicial de su casa, de la toxicidad de sus héroes, del porvenir ya inscrito en sus tiempos más robustos. Caminantes, en sus muy distintos sentidos y destinos, que hacen ver las grietas y perforaciones de la casa. Con este número quiero dar cuenta del espectacular deshacer de un relato llamado país.
El volumen comienza con cuatro artículos de renombrados académicos venezolanos, todos expatriados y en éxodo, en diferentes momentos y territorios –París, Bogotá, Los Ángeles, Edimburgo–, que insisten en la necesidad de recontar críticamente el descalabro de toda una comunidad. Gustavo Guerrero echa mano a la noción de pérdida de mundo (Weltlosigkeit o Worldlessness), acuñada por Hannah Arendt, para definir el trabajo de cuatro poetas jóvenes expatriados quienes entienden la poesía como única lengua capaz de describir la pérdida de un mundo en común. Gina Saraceni da cuenta de la erosión de la casa y las fabulaciones de las raíces en el trabajo de la gran poeta venezolana Yolanda Pantin. El cuestionamiento del pasado familiar operado por la poesía de Pantin es también la pregunta por la lengua que nombra zonas secretas, por aquello que nunca se poseyó. Cecilia Fajardo-Hill explora el exilio interior y exterior en ocho artistas que se aproximan a la destrucción y a la desmemoria para constantemente negociar entre la idea de Venezuela como casa y aquellos nuevos territorios que ahora constituyen su hábitat. Finalmente, Raquel Rivas Rojas encuentra en la escritura de las blogueras venezolanas una necesaria manera de imaginar el país desde afuera, una amalgama de textos híbridos que sirve de base para fabricar un presente en el que aparece con insistencia el relato de la nación desmembrada, marcada por los impulsos concéntricos de la globalización. Estos cuatro artículos proponen un marco de inteligibilidad para los trabajos que he incorporado en este pequeño país portátil, en esta cápsula contentiva de voces que orbitan alrededor de un signo común pero que siempre parece mutar, cambiar inesperadamente, insistir en su maníaca variación.
Como toda antología, este número da cuenta de una selección parcial, de un corpus siempre limitado, caprichoso y excluyente, que constantemente pide excederse. Han quedado fuera artistas y tradiciones de indiscutible influencia y peso. He querido, sin embargo, poner en escena una zona capaz de integrar proyectos estéticos altamente visibles con poéticas más peregrinas y escurridizas, alejadas del consenso. De la historia de una mujer que sin explicación médica alguna tiembla, en Jacqueline Goldberg, a la voz de un niño maricón cuya poesía hereda de su madre costurera, en Rafael Castillo Zapata; de la decisión de una asamblea de médicos de dedicarse simultáneamente a la consulta y a conducir taxis debido a la exigua economía del gremio, en Slavko Zupcic, a la de una mujer que decide suplantar a otra para escapar de Venezuela, en Karina Sainz Borgo. Estas historias se aproximan a aquello que se ha roto, al fracaso de nuestra sociabilidad; pero también a aquellas anomalías que finalmente componen la extravagante práctica de escribir y vivir. El temblor de Goldberg funda, a fin de cuentas, la materialidad de su escritura; su anomalía radica en esa pulsión escritural, en el trazo tembloroso que es su gran literatura. El joven al que un día le duelen de golpe todos los goles que nunca metió, de los impresionantes poemas de Castillo Zapata, da cuenta de una sensibilidad silenciada y escamoteada por el imaginario masculinista dominante de nuestra literatura.
Un rasgo interesante de todos estos textos radica en la profunda revisión de la forma que ha caracterizado a las artes y escrituras contemporáneas venezolanas. Exceder la especificidad del género constituye una zona común para tales poéticas. Por lo tanto, esto explica parcialmente la contundencia de la poesía en este número. Como si la poesía fuera el hábitat natural de aquello inimaginable, de una maleza que aparece de improvisto, de aquello que se presenta de golpe sin saber bien qué es. El trabajo de Yolanda Pantin cuestiona la especificidad característica de la poesía para acercarse a aquello que desborda, que no cabe del todo en la definición del género y que se ampara en la rareza de algo que parece familiar pero que resulta del todo desconocido. Pantin cuestiona la casa, los fantasmas, discute su capacidad de hablar por los muertos para descubrir que la tierra amada es también la de las historias de rapiña, “de pérdidas y laceraciones”, de muerte. Por su parte, La boda de Patricia Guzmán inscribe una asociación entre enfermedad, cuerpo y poesía. Su largo y magistral poema ejecuta una experiencia en donde los rituales opresivos del nexo binario dan paso a una ceremonia secreta que hiela la sangre. La preparación de la boda que presenta Guzmán, capaz de evocar una tradición lírica que va de San Juan de la Cruz a César Vallejo, coloca el poema en un tránsito místico que hace que nos entreguemos por completo a una ceremonia final. La boda se postergará para siempre en la incertidumbre del pabellón quirúrgico donde tendrán que abrirle la cabeza a la novia.
Respecto de la narrativa, en su debut literario, Juan Cristóbal Castro renuncia a las fronteras entre crítica y literatura. Su detenido estudio de la ruina a partir del regreso deja al desnudo cómo todo acercamiento a la Venezuela actual necesita acudir al reciclaje de procesos similares, al desecho, en el que incluso terminan los “salvadores de la patria”. Aquello que parece ocultarse en éxitos internacionales como La hija de la española de Karina Sainz Borgo, o The Night de Rodrigo Blanco Calderón, Castro lo deconstruye y lo inscribe en una historia más rica, de apropiación y reciclaje, de recolección de desechos y de posteriores mutaciones, que va desde la visualidad soviética a la literatura cubana del período especial. De manera similar, Slavok Supcic construye un relato que recuerda los Cuentos fríos del cubano Virgilio Piñera, en los que la estética del absurdo se apareja con una visión documental del país. Alguien me jura que lo que relata Zupcic en su cuento “Médicos taxistas” sucedió tal cual se narra. Yo sobriamente lo dudo.
La primera novela de Karina Sainz Borgo se convirtió en un bestseller internacional al venderse sus derechos de publicación en más de veinte países. La hija de la española narra la historia de una joven atrapada en la violencia venezolana, cuya madre acaba de morir y la desesperación la hace a tomar acciones radicales para abandonar Venezuela. La novela, que bordea la ficción postapocalíptica, ha recibido una critica divida: entendida como la ficción más precisa de la destrucción masiva de toda una nación hasta el más claro caso de pornomiseria, que busca hacer del hundimiento de un gentilicio un boom comercial sin precedentes y de Venezuela el lugar más abyecto del planeta. En todo caso, se trata de la novela más comentada de los últimos años. Nadie ha quedado indiferente ante la historia que Sainz Borgo narra.
He querido también convocar la larga y rica tradición de la canción popular y su íntimo y ancestral nexo con la poesía. En el trabajo de Mariela Casal se puede detectar esta dilatada historia. Casal decide cavar una fosa en su casa de Turgua, al sur montañoso de Caracas, y desde allí, ha hecho de este hábito angularis una práctica que no distingue entre vida y muerte, entre palabra, voz y cuerpo. El cancionero que publicamos da cuenta de territorios intersticiales, in between, que resignifican una tradición centrada en los cantos de ordeño o en la diversidad del bioma venezolano, y que la tornan en incesante y armónico silencio sonoro. Casal escribe a mano su nombre que es, a fin de cuentas, su única casa. Asimismo, el imaginario que brinda el trabajo del gran poeta Igor Barreto, que oscila ente la gallera del llano y las gélidas temperaturas del Annapurna, se pregunta una y otra vez por eso que el propio poeta llama “implicación”: el movimiento infinito ocasionado por un mise en abyme omnipresente, por ese algo dentro de algo dentro de algo. Es la reverberación absoluta del todo, la reescritura incesante del poema o, incluso, de la palabra. Por lo tanto, la implicación de uno con lo otro, en el que este último espejea lo uno, se vuelve una figura para pensar la ruptura absoluta de la frontera entre el animal y el humano, el ciego y el vidente, el muerto y el vivo.
Alberto Barrera Tyszka y Victoria de Stefano, dos reconocidas voces venezolanas, se encuentran pese a la disparidad de sus proyectos estéticos. Barrera Tyszka aborda el reencuentro de tres hermanos a propósito de su decisión de esparcir las cenizas del padre en las tierras extranjeras que ahora habitan. El desarraigo y los fantasmas del país abandonado impactan en la ceremonia fúnebre a partir de la falsificación y el miedo de volver. De Stefano se presenta con un fragmento de su inolvidable novela Historias de la marcha a pie, en la que caminar se torna una máquina de escritura y una poética. Acercarse al cuerpo amado enfermo se convierte en un ejercicio en el que la distancia se mide con la colección de títulos, citas y poéticas que, como cuentas de un collar larguísimo, se van escribiendo e inscribiendo en el relato. Ambos escritores abordan la condición de escribir en tierras movedizas, con cenizas y restos.
La crónica del escritor argentino Sergio Chejfec, quien vivió en Caracas por 15 años y es autor de una de las más impactantes novelas venezolanas, Baroni: un viaje, se centra en el proceso de monumentalización de Caracas. La crónica relata la compra casual de un grupo de postales con imágenes de la capital venezolana de los años cincuenta que sirven para materializar y suplementar aquello que la representación idílica de la ciudad esconde y que más bien, en los ojos del paseante, la redime. Las postales agujereadas por termitas o polillas sirven para proponer una poética de la escritura como superficie y para dar cuenta de que la condición de la ruina, obrada por los insectos, paradójicamente constituye la única figura fija que las postales preservan de la ciudad real.
Rafael Cadenas, poeta de reconocido peso y autor de dos poemas de obligatoria lectura para complementar este número, “Derrota” y “Fracaso”, ingresa con un poemario escrito entre su exilio en Trinidad y su vuelta a Venezuela, cuya circulación se restringió al material mimeografiado y de allí también su inestabilidad. El mundo isleño produce estos poemas luminosos que empapan y empañan al yo poético y al territorio continental de una condición insular perpetua. El exilo se produce más allá del tránsito hacia tierras extrañas, en el laberinto que es irse de casa y entonces no tener adonde regresar. Esto produce un insilio de la palabra. El exilio de Cadenas en Trinidad, producido durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, me permite a su vez convocar la poesía de Miguel James —ausente de este volumen por ser imposible ubicarlo—, poeta que hace el viaje inverso de Cadenas. Arriba muy joven de Trinidad a Venezuela para reproducir incesantemente el regreso a la isla perdida:
A Trinago voy como quien torna a Itaca
Rico en amores y pruebas
Victorioso de innúmeras batallas
Con edad suficiente para llevar las joyas
Instruido para dirigir los sacrificios
Un gran Trini regreso
Maduna
Hecho Luz
Voy en busca de las altas y fieles doncellas
Que desnudas han de trenzar mis cabellos.
Finalizo este número con un asalto al corazón de Estados Unidos. Gina Saraceni, presente en ambas partes del número, imprime un extravío gozoso que tiene lugar en las calles de Nueva York. Su poema, “Extravío en Manhattan”, activa y erotiza con el cuerpo foráneo la historia oculta de King Kong, el gorila que cinematográficamente aterrorizó la ciudad. El poema activa la fantasía de perderse, perder el control, dejarse llevar por un mundo que aterra y atrae. Su devenir animal hace estallar las fantasías más inesperadas de la pertenencia y nos hace trepar a alturas vertiginosas con la posibilidad de caer. Su traducción al inglés marca el regreso del poema al lugar que lo vio nacer.
Este número ha sido posible gracias a muchas manos extraviadas en el mundo. Parte del tramo de este trabajo fue orquestado en tiempos de la pandemia. Agradezco a los autores antologados y a los académicos convocados por su inmenso apoyo y generosidad. Todos recibieron con entusiasmo la posibilidad de habitar este artefacto. De la misma manera, agradezco a los traductores, correctores y demás profesionales por hacer posible esta empresa. También deseo agradecer a Nathalie Bouzaglo, Mónica Amor, Eleonora Cróquer Pedrón, Alicia Ríos, Luis Duno-Gottberg, Vicente Lecuna, Irina Troconis, Graciela Montaldo, Juan Milá, Paula Cadenas, Astrid Lander, por su colaboración y apoyo. Finalmente, extiendo mi más sincero agradecimiento a Daniel Shapiro, por su gentil invitación y acompañarme a lo largo de esta caminata, con paciencia, sensibilidad y curiosidad ante la anomalía llamada Venezuela.
El brillante trabajo del artista visual venezolano Alexander Apóstol logra exponer la condición trans*, tránsfuga, transgenérica y transdisciplinaria que prevalece en el número. Su pieza, Régimen: Dramatis Personae (imagen principal), discutida más ampliamente en el artículo de Cecilia Fajardo-Hill de este volumen, expone una galería de identidades venezolanas que van del héroe nacional o la reina de belleza, al opositor preso o a la madre que ha perdido a su hijo. Los retratos, corporalizados por individuos transexuales, dan cuenta de la violencia ejercida sobre estos cuerpos y el doloroso tránsito que requiere la identidad.
País portátil toma su título de la memorable novela de Adriano González León: punto reconocible para quienes no tenemos otra opción que llevar el país a cuestas.
Sucede que me canso de ser venezolano.
©Trópico Absoluto
“Walking Around”, de Javier Guerrero, fue publicado originalmente en inglés en la revista Review: Literature and Arts of the Americas, Nº 103, diciembre 2021. Traducción del original: Eleonora Cróquer Pedrón, en colaboración con el autor.
Obras citadas
Barrera Tyszka, Alberto. “Ashes”. Translated by Jessica Powell. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 271-277.
Barreto, Igor. “‘Implication’ and Other Poems”. Translated by Jason Weiss. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 263-270.
Blanco Calderón, Rodrigo. The Night. Translated by Daniel Han and Noel Hernández González. New York: Seven Stories Press, 2021.
Cadenas, Rafael. “Derrota/Defeat”. Translated by Elinor Randall. Mundus Artium 6:2 (Jan 1, 1973), 34.
Cadenas, Rafael. “Fracaso”, Falsas Maniobras. Caracas: Fundarte/Alcadía de Caracas, 1997.
Cadenas, Rafael. “From An Island”. Translated by Jason Weiss. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 217-219.
Casal, Mariela. “‘Back Home Now’ and Other Songs”. Translated by G.J. Racz. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 283-289.
Castro, Juan Cristóbal. “From Somnambulist Archaeology”. Translated by Emily A. Maguire. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 241-247.
Castillo Zapata, Rafael. “From Tree that Grows Twisted”. Translated by G.J. Racz. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 220-226.
Chejfec, Sergio. Baroni: un viaje. Buenos Aires: Alfaguara, 2007.
Chejfec, Sergio. “The Revenge of the Idyllic”. Translated by Margaret Carson. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 248-254.
De Stefano, Victoria. Historias de la marcha a pie. Caracas: Oscar Todtmann Editores, 1997.
De Stefano, Victoria. “From Stories from the Long Walk”. Translated by Jessica Powell. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 258-262.
Fajardo-Hill, Cecilia. “Inner/Outer Exile in Contemporary Venezuelan Art”. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 194-205.
Goldberg, Jacqueline. “From The Room of Tremors”. Translated by William Blair. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 233-240.
González León, Adriano. País portátil. Barcelona: Seix Barral, 1969.
Guerrero, Gustavo. “Between Fire and Ruins: Migrant Versions of Contemporary Venezuelan Poetry”. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 172-179.
Guzmán, Patricia. “From The Wedding”. Translated by G. J. Racz. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 227-232.
James, Miguel. Mi novia Ítala come flores y otras novias. Mérida, Venezuela: Ediciones Mucuglifo, 2007.
Pantin, Yolanda. “‘The Order’ and Other Poems”. Translated by G. J. Racz. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 212-216.
Piñera, Virgilio. Cuentos fríos. Buenos Aires: Editorial Losada, 1956.
Rivas Rojas, Raquel. “Electronic Diasporas: Identity and Postliterary Fictions in the Blogs of Three Venezuelan Exiles”. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 187-193.
Sainz Borgo, Karina. La hija de la española. Barcelona: Lumen, 2019.
Sánchez, Rafael. Dancing Jacobins: A Venezuelan Genealogy of Latin American Populism. New York: Fordham University Press, 2016.
Saraceni, Gina. “Orphan in My Own Blood: Yolanda Pantin’s Country”. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 180-186.
Saraceni, Gina. “Wayward in Manhattan”. Translated by Jeannine Marie Pitas. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 290-294.
Torres, Ana Teresa. “Heroes on the Loose”. Translated by Janet Hendrickson. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 206-211.
Torres, Ana Teresa. La herencia de la tribu: del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana. Caracas: Editorial Alfa, 2009.
Zupcic, Slavko. “Taxidriver Doctors”. Translated by Jason Weiss. Review: Literature and Arts of the Americas, vol. 54 (2021), 255-257.
Javier Guerrero es profesor asociado de estudios latinoamericanos de la Universidad de Princeton y director encargado del Programa de Estudios Latinoamericanos de la misma universidad. Su trabajo propone intersecciones entre literatura, cultura visual y sexualidad. De sus publicaciones destacan los libros Tecnologías del cuerpo. Exhibicionismo y visualidad en América Latina (2014), Relatos enfermos (2015), Excesos del cuerpo. Ficciones de contagio y enfermedad en América Latina (2009, 2012; junto con Nathalie Bouzaglo), Escribir después de morir. El archivo y el más allá (2022) y la novela Balnearios de Etiopía (2010). Ha coordinado diversos números especiales en revistas especializadas entre los cuales pueden nombrarse Biopolíticas de la visualidad en la necrópolis contemporánea (2019) y País Portátil: Venezuelan Contemporary Literature and Arts (2021). También es autor de la antología de ensayos de Diamela Eltit titulada A máquina Pinochet e outros ensaios (2017, junto con Pedro Meira Monteiro) y del cuaderno del cineasta México-venezolano Mauricio Walerstein (2002). De 2000 a 2004 se desempeñó como presidente de la Cinemateca Nacional de Venezuela. Guerrero es PhD en estudios latinoamericanos de la Universidad de New York y actualmente trabaja en dos nuevos libros: La impertinencia de los ojos: oscuridad opacidad, ceguera y Synthetic Skin: On Dolls and Miniature Cultures.
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