El anuncio de un portento
La convocatoria, en 1818, de un congreso para el establecimiento de una nueva república (la llamada Gran Colombia) exigió expresar un ideario, un pensamiento político, un designio de nación. Era un requerimiento de la guerra, pero también un principio elemental de metodología que hoy muchos políticos olvidan. Tal como desarrolla en este trabajo el historiador Elías Pino Iturrieta (Maracaibo, 1944), “la descripción procura el fomento de los sentimientos colectivos que necesita la república en ciernes”, propagar “un acervo de ideas para la desaparición del coloniaje”. Ese y no otro era el objetivo del Correo del Orinoco: crear un sentimiento de unidad, una comunidad imaginada en medio de insalvables diferencias y peores dificultades. “El Correo del Orinoco adelanta una construcción insólita que el futuro debe refrendar. (…) el primer capítulo de una época sobrehumana que nadie tenía calculada de veras, pero sobre cuya existencia se ofrecen garantías en un impreso que acude a la autoridad de unos autores reverenciados por la modernidad, o a la invención de un pasado que cambia el encarecimiento por el desprecio para que comience una historia diversa”.
Colombia nace en un periódico de Angostura, antes que en los reclamos de una realidad que la busca desde su antigüedad, desde necesidades impuestas por la historia. Los promotores de una nación que no existe la proponen en el taller de la imprenta. El nacimiento está precedido y acompañado por un trabajo de propaganda que busca apoyos para lo que está en la cabeza de unos pocos. Vanguardia del origen, el Correo del Orinoco hace la propuesta de una comunidad grandiosa y vela porque se concrete mediante una actividad que puede entenderse como asomo de una utopía, o como designio marcado por una incertidumbre que se debe ocultar o maquillar. No es la expresión de un reclamo de dos comunidades que han madurado en el afán de juntarse, en la intención de ser una sola, sino el soporte de una coyuntura creada por la guerra que se debe aprovechar para la derrota de los realistas.
Que se invoque a la guerra como motivo para la reunión de Venezuela con la Nueva Granada es argumento suficiente. ¿No es lo más apremiante para los líderes de entonces, lo menos alejado de la desmesura? Después del fracaso de los intentos de independencia sucedidos en Venezuela, y de que pasara lo mismo en la Nueva Granada por la imposibilidad de librarse del poder virreinal, que se pusieran aquí y allá a reflexionar sobre la necesidad de probar una acción mancomunada de fuerzas militares, nos coloca ante lo más sensato que puede suceder en medio de una situación desesperada. En 1815 llega de España un ejército bajo el mando de Pablo Morillo, una fuerza considerable si se compara con las mantenidas hasta entonces por la Corona en las colonias soliviantadas. Puede ser la puntilla para el adversario que salió de los chiqueros criollos en 1810. Tal vez no sientan entonces los promotores del encuentro de las dos soldadescas, entre ellos el más entusiasta, Simón Bolívar, que mueven un avispero cuando meten la mano en dos colmenas sobre cuya vida apenas se conoce la superficie, pero sientan las bases de una comunidad que llamará la atención por sus posibilidades de éxito y por su temprano derrumbe.
Los triunfos de la campaña de Guayana, capaces de levantar el ánimo de los patriotas después de casi una década de fracasos, ofrecen horizontes auspiciosos. La aparición en los llanos de un liderazgo que atrae a los campesinos anteriormente postrados ante el rey, abre un capítulo prometedor a las hostilidades. El ensayo de colaboración protagonizado por neogranadinos y venezolanos en 1813, pese a su fracaso, sugiere la posibilidad de un nuevo capítulo con enmiendas. Como son más las cercanías que las espinas creadas por su estreno, no abundan las objeciones de envergadura cuando se piensa en una nueva edición, o no hay político de relevancia que las exprese. No parece una reunión de virtudes, sino un reencuentro de necesidades, detalle suficiente para superar los valladares de la crítica y el recelo recíproco ante los fuereños. El establecimiento de un bastión de autoridad en Angostura, capaz de mostrar una plataforma de administración luego de la destrucción de los primeros intentos de gobierno, no solo permite el control del comercio fluvial que se extiende hacia colonias extranjeras y la adquisición de vituallas escasas hasta la fecha, sino también la construcción de unas tablas para que Bolívar se consolide como primer actor.
Los letrados que anhelan la vuelta a la república morigerada de 1811 no encuentran público para unos planes que pagan el castigo de su inoperancia. Santiago Mariño, quien se había proclamado como Libertador de Oriente, topa con una influencia que debe obedecer si no quiere encabezar una disidencia inoportuna, o desaparecer del mapa. Un oficial en ascenso, el popular y victorioso Manuel Piar, paga con su vida la osadía de buscar la jefatura. Antonio José de Sucre, dotado para procurar avenimientos y para la organización de tropas, forma parte del séquito del líder que se establece. Francisco de Paula Santander, un tesonero oficial arrollado por las derrotas de Cundinamarca, se comienza a hacer familiar entre la dirigencia en proceso de recomposición. Cuando José Antonio Páez acepta la autoridad del general que se vuelve referencia principal, lo cual significa que los llaneros bajo su mando lo acompañan en la sujeción, se pueden abrir senderos interesantes. Pero la mayor parte del territorio venezolano está bajo control realista, un hecho que impide movimientos hacia el norte y el occidente, especialmente hasta Caracas, centro político desde tiempos coloniales. De allí que, partiendo de la situación relativamente positiva de la Guayana ahora sujeta, Bolívar decida la penetración de territorio reinoso a través de los Andes y la apresurada creación de Colombia.
El parlamento que se reúne, en febrero de 1819, por iniciativa de Bolívar para buscar el cauce del origen, la modesta escala pensada en correspondencia con los límites de la Gobernación y Capitanía General de Venezuela, en diciembre recibe y aprueba la petición del mismo Bolívar de fundar la República de Colombia. (…) Es un requerimiento de la guerra, un salvavidas, pero también un movimiento susceptible de crear incomodidades que se deben atemperar y sorpresas que pueden terminar en problemas. De allí que el Correo del Orinoco, creado por el activísimo dirigente, forme parte esencial del propósito.
En la Nueva Granada ha hecho campañas bélicas que no lo dejan pasar inadvertido. Ha escrito después en Jamaica un documento susceptible de traspasar los límites hispanoamericanos. En el exilio de Haití se ha hecho de un liderazgo que le permite dirigir una expedición con la ayuda no pocas veces renuente de oficiales bizarros e indisciplinados. Es el dictador escaldado de 1813, el factor de un holocausto de españoles que pretende renacer de sus cenizas, y ahora el corresponsal que inicia un epistolario colmado de recursos retóricos, el más atractivo de la Independencia, gracias al cual encuentra apoyos entre los civiles y los militares que no han abandonado la lucha. Logra la convocatoria de un congreso en Angostura para el restablecimiento de la República de Venezuela, pero también para expresar un ideario que destaca entre las piezas del pensamiento político de la época. Un designio de república que apenas permanece, porque Venezuela se convierte en Colombia en cuestión de diez meses. El parlamento que se reúne, en febrero de 1819, por iniciativa de Bolívar para buscar el cauce del origen, la modesta escala pensada en correspondencia con los límites de la Gobernación y Capitanía General de Venezuela, en diciembre recibe y aprueba la petición del mismo Bolívar de fundar la República de Colombia, que incluye a la Nueva Granada y prevé la incorporación de Quito. Es un requerimiento de la guerra, un salvavidas, pero también un movimiento susceptible de crear incomodidades que se deben atemperar y sorpresas que pueden terminar en problemas. De allí que el Correo del Orinoco, creado por el activísimo dirigente, forme parte esencial del propósito.
El Correo del Orinoco se edita en Angostura a partir del 27 de junio de 1818. El fundador frecuenta sus páginas mediante la inclusión de documentos oficiales, o con escritos que oculta en la pantalla de los pseudónimos. Muchos textos de pelea frontal son de su autoría, aunque aparecen suscritos por El Apureño, El Mosca, Pancrudo, El Llanero Maturinés, El enemigo de los tiranos y Henrique Samoyar. Forma un equipo de venezolanos con experiencia editorial desde 1811 – Juan Germán Roscio, Francisco Javier Yanes, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga… -, y con la asistencia del neogranadino Francisco Antonio Zea. El último fascículo circula el 28 de marzo de 1822, después de que autores de Cundinamarca se incorporan a la faena. Ya Colombia tiene papeles de sobra para pescar seguidores y para presentarse a la consideración del mundo.[1] Ahora, cuando pretende debutar sin escollos, quiere que el natalicio se entienda como una emanación de la historia universal, como una fatalidad impuesta por el destino de las sociedades.
El pensamiento moderno
El periódico justifica las acciones con la idea del ¨derecho ordinario de insurrección¨, entendido como ¨toda conjuración que tenga por objeto mejorar al hombre, la patria y el universo¨.[2] El derecho es valedero cuando las fuerzas del cuerpo social, especialmente los elementos de quienes depende la felicidad del conglomerado, no forman un todo armónico.[3] Según estima el ¨Dogma filosófico de la insurrección¨, transcrito del Telégrafo de Chile,
El destino de un imperio no es distinto del destino de un hombre individual: el estado de degeneración es para él un estado contrario a su naturaleza; y es forzoso que a la larga perezca, o se desembarace de todo aquello que circunscribe su energía.[4]
De acuerdo con lo que afirma un colombiano:
También se mueren y menguan los imperios como se mueren y menguan todas las cosas que carecen del principio de la inmortalidad: ellos ceden a la caducidad y a la disolución, como todos los establecimientos humanos en la carrera de los tiempos y en medio de las vicisitudes humanas a que ha estado siempre expuesto el mundo.[5]
Condenadas las sociedades a una declinación que causan los propios elementos internos, cuyos intereses niegan su función y varían su meta, se llega a un momento culminante que deberá originar la substitución de la realidad en menoscabo. Estamos en el mundo de las abstracciones, sin nada capaz de relacionar de veras al lector con los movimientos destinados a cambiar el mapa conocido hasta entonces; nos movemos en un plano superior desde el cual manan los fundamentos de la realidad en proceso de transformación. Pero, con guías más concretas del pensamiento moderno, los redactores pueden descender hasta el espacio que se quiere transformar.
De allí las referencias al papel de los legisladores, menos etéreas debido a que, según se agrega a continuación,
No vieron o no quisieron ver que, además de la palanca del poder, había otra para mover el mundo social, es decir, la de la razón. Ellos se contentaron con organizar el poder, porque la fuerza era la única que hacía impresión en el hombre en la infancia de las sociedades; y cuando aquel poder se halló sentado en un trono, o residió en un senado, o andaba errante en una plaza pública entre la muchedumbre, crearon el crimen de lesa majestad para hacerla respetar, queriendo que el poder fuese una cosa sagrada, no solo para la audacia sino también para la razón.[6]
Ahora una brújula más comprensible ofrece imágenes capaces de traducir los pasos que se dan para la creación de la república, frases que han circulado en la prensa desde los inicios de la insurrección y con las cuales pueden establecer vínculos menos tortuosos los lectores. Lo mismo puede suceder cuando se refuerza el argumento con la doctrina del Contrato Social, muy popular a esas alturas. Por ejemplo:
Existe en la naturaleza del hombre social un derecho inalienable de insurrección. Este derecho le viene de que su razón le indicaba la necesidad de las leyes antes que hubiese leyes y porque había sido dotado de inteligencia antes que existiese ningún poder. Hay otra consideración no menos filosófica para autorizar al hombre a resistir un poder opresor.
Cuando, desarrollándose la inteligencia, se abrieron al hombre las puertas de la sociedad, él se comprometió con la patria a protegerla con su fuerza individual bajo la condición de que ella le protegería con toda la fuerza pública de que es depositaria; o no se formó este contrato, y entonces nada hay que mandarle, o después de haberlo formado lo había violado el poder, y el ciudadano ha tenido derecho para desobedecer.
En aquel contrato estaba estipulado, a lo menos tácitamente, que todo cuanto el hombre posee, o por haberlo recibido de la naturaleza, o porque lo adquirió con su trabajo, o en virtud de las convenciones sociales, sería respetado. Siendo esto así, ¿hay acaso propiedad más pura que la de la razón, la cual se la quieren robar unos tiranos políticos y unos fanáticos?[7]
El acervo moderno crece cuando se localiza otro planteamiento destinado al propio fin, tomado de El Investigador de Puerto Rico y con influencia del sensualismo aplicado al derecho. Los hombres que han formado la sociedad por el impulso de sus sensaciones y de sus afectos, proponen ahora, pueden disolver sus vínculos y transformarlos cuando la colectividad impide “las ventajas de la naturaleza”. Según los principios naturales:
Todos los que en el silencio de las pasiones, entren dentro de sí mismos, verán lo que deben a sus semejantes. Lo mismo que ellos desean es la medida de lo que deben a los demás. La benevolencia, la estimación, la gloria van en pos de los hombres que obran conforme a las reglas de la naturaleza; el odio, el desprecio, la ignorancia y la destrucción rodean la existencia de quienes violan estos deberes.[8]
Se trata de un replanteamiento de las funciones de la vida gregaria, que pretende localizar en las regulaciones naturales diversos estatutos racionales y universales para la ordenación de una sociedad distinta. ¿De dónde sacan estas ideas? El Correo no es puntilloso en la selección de las fuentes, pues en ocasiones las mete en un solo saco sin fijarse en la disparidad de sus contenidos, aunque no oculta su preferencia por el pensamiento moderno.
Por ejemplo, al reproducir argumentos editados por el Eco Patriótico de Córdoba junta los juicios de Rousseau con los de Santo Tomás de Aquino. Los dos, arguye, concuerdan en sostener la validez de las rupturas que un pueblo puede llevar a cabo cuando el gobierno burla obligaciones elementales.
Quinientos años antes de que el autor del contrato social resolviese el gran problema de la libertad en beneficio del todo contra una mínima parte de la sociedad, había ya reconocido este luminoso principio por origen de todo derecho y fundamento de toda autoridad, el ángel de las escuelas.[9]
Pero la mayoría de los autores a quienes acude son de procedencia ilustrada. No faltan citas de Raynal, cuyos razonamientos sobre la ilegitimidad de los asentamientos europeos en los territorios descubiertos a partir del siglo XV ocupan los pliegos de un trío de fascículos. Afirman con el famoso Abate que tales derechos solo se pueden usufructuar cuando se descubren territorios desiertos. Si hay habitantes anteriores, el extranjero debe vivir en el lugar ¨como vecino pacífico¨.[10] Aunque no dejan de referirse al padre Las Casas, cuando se detienen en el período prehispánico se regodean en citas de Los incas, de Marmontel, y en la recomendación de las Lettere Americane, de Gian Rinaldo Carli, ¨el mejor defensor de las víctimas de la impostura y rapacidad castellana¨.[11]
Importantes figuras de la milicia y del foro anglosajones, continúa el periódico, deseaban
Romper los grillos del esclavo y arrancar el cetro del déspota, erigir un altar sobre el sepulcro de la Inquisición, elevar un pueblo a la actitud de libre, fundar templos a la ciencia y al comercio y crear una Constitución, bajo cuyo anchuroso arco cualquiera criatura humana pueda mantenerse erguida y sublime con la dignidad del hombre.[12]
Iguales intenciones abrigaban los “gloriosos americanos del norte”, entre ellos Henry Clay y la legislatura de Kentucky.[13] Finalmente incluyen al Abate de Pradt, “bienhechor de la humanidad”[14], y agregan extravagancias que atribuyen a la historiografía clásica. Sobresale la siguiente ocurrencia:
Justino, y casi todos los antiguos historiadores, caracterizan a los españoles de feroces, truculentos y sanguinarios. En cuanto a la perfidia, no es extraño que la posean en sumo grado, pues la han heredado de sus maestros, progenitores y conquistadores los cartagineses, a quienes pinta Tito Livio con este vicio en muchos lugares de sus obras, especialmente al trazar el carácter de Aníbal.[15]
La leyenda negra
Aunque conectada con fragmentos como este, el Correo desarrolla de manera específica la idea del abominable gobierno de España. Dados su volumen y profusión, es una pieza susceptible de acreditar con su respaldo las afirmaciones que, a pesar de la notoriedad de sus portavoces, no dejaban de ser peroraciones de personajes ausentes del teatro de los sucesos. Tal idea no es más que una extensa letanía de imputaciones funerales, con el objeto de construir un sombrío panorama de la acción de la Corona. De ella apenas se hará ahora un vistazo.
El argumento enfoca la raíz de la cuestión al referirse a la conquista de América sin ahorrar dicterios. Las pinturas del Apocalipsis pueden convertirse en nimiedad, si se comparan con este lúgubre bosquejo que imprimen:
Es ahora que debemos recorrer con espanto las páginas ensangrentadas de la historia del Continente de Colón. ¡Oh! ¡Qué horrorosa perspectiva se nos presenta! El Imperio de los Incas, el Templo del Sol, el trono de México, todos los gobiernos federativos y patriarcales que existían en el nuevo mundo en el siglo XIX, ¿dónde están?
Un grupo de vándalos fue bastante para imponer a tantos hombres libres el yugo más pesado: ya la católica España, a nombre de un Dios de amor y de humildad, desencajó los montes, arrasó los pueblos, incendió reinos enteros, agotó los ríos e hizo verter chorros de sangre y de lágrimas, y formó cristiana a la América, haciendo desaparecer de la faz de un Continente inmenso más de treinta millones de seres inteligentes. Y el monstruo del fanatismo, rodeado de víctimas y escombros, sentado sobre montones de cadáveres, extendiendo sus miradas por todas estas inmensas ruinas, aplaudió y glorificó al cielo de haber coronado sus trabajos. Y la España elevando al grado de los héroes a los Cortés, Alvarados, Pizarros, Almagros y demás verdugos del Continente ecuatorial, dejó sus nombres escritos para la abominación de las razas futuras.[16]
Todo por culpa de los reyes católicos, del Papa Alejandro VII, “hombre inmoral que entregó a la cuchilla del conquistador naciones enteras”, y de la alta sociedad peninsular que se benefició del despojo.[17] ¿Cabe un reproche más atrevido, que ni siquiera mira con prudencia las decisiones del pontífice a quien convierten en cómplice de un genocidio?
En el aspecto institucional, el Correo critica sin contención los instrumentos, entidades y procedimientos administrativos que establece España en las colonias. Veamos cómo censura a las Leyes de Indias, cuerpo de regulaciones a las que atribuye la mayoría de las desventuras de los colonos:
Al antiguo Código de Indias deben los reyes de España la servidumbre de ellos por espacio de tres siglos: a él deben aquella flojedad, indolencia y apatía con que sus habitantes esperaron el éxito de la guerra de sucesión con los brazos cruzados: a ese degradante código son deudores de la fuerza armada, con que largo tiempo han combatido contra el bienestar de estos países.[18]
Hasta los supuestos defectos del carácter hispanoamericano caben en el inventario de la Leyenda Negra. De allí que no pueda faltar el anatema del Santo Oficio.
Los torrentes de sangre que desde el principio hizo correr esta institución sacrílega, los torrentes de sangre en que a nombre del Padre de las Misericordias había inundado al mundo ese minotauro de las conciencias, la consternación, la congoja incesante, la esclavitud del pensar, la inexorable e intolerante persecución que desde el principio y siempre ha sido sus compañeros inseparables, llegaron aún a debilitar la impresión que habían causado las horribles y devastadoras Cruzadas. Gravísimos males habían hecho éstas a la Europa; guiolas de ordinario el fanatismo, sostenido por el espíritu de ambición y de conquista; mas constituido luego el hombre impía y blasfemamente juez entre el Criador y la criatura, usando una autoridad proporcionada a la grandeza del que creía ofendido, e incapaz por su propia pequeñez de descubrir lo que está reservado a solo aquel que lee en los corazones, no ofrece en la historia de la Inquisición sino los anales de los crímenes más atroces que pudo inventar la malicia.[19]
Los dardos son dirigidos después al contexto cultural trasplantado al nuevo mundo. El Correo critica especialmente: “El sistema de cerrar la entrada a las luces, como único medio de perpetuar un orden de cosas tan inicuo; y por consecuencia de todos estos principios la corrupción de las costumbres, fruto necesario de la superstición, la esclavitud y la ignorancia¨.[20] La trama de las encomiendas, los repartimientos y las mitas tampoco escapa a la requisitoria[21], así como la conducta del monarca reinante. Entre las oscuras pinturas de España bajo las manos del Borbón de turno, la que se copia de seguidas puede ser adecuado compendio:
El manto espantoso del despotismo cubrió todo el hemisferio de Iberia. El altar de la patria fue profanado por las toscas e impías manos del feudalismo y la inquisición. El sagrado código constitucional fue reemplazado por las sangrientas leyes de Dracón y Calígula. El cetro de hierro derribó los baluartes de la libertad nacional. Los cadalsos, la expatriación, las mazmorras religiosas, la proscripción general del buen sentido y de las luces que vinieron a ser el destino de varones fuertes, de hombres ilustres, de ciudadanos célebres. La España llega a ser lo que Roma bajo Nerón, lamentada de sus hijos y abominada de sus vecinos.[22]
Después de semejante descripción, los redactores se solazan en la oferta de una “Oración Limeña” que se hace famosa entonces. Puede correr de boca en boca:
Padre nuestro que estás en Madrid, bien detestado sea tu nombre; acábese muy pronto tu reinado; no se haga tu voluntad en esta tierra ni en ninguna otra. Déjanos nuestro pan cotidiano; perdónanos los deseos que tenemos de ser libres, así como nosotros perdonamos a los que nos han sacrificado en tu nombre, y no nos hagas sentir más tu opresión; mas líbranos, señor, para siempre de ti y de los tuyos. Amén.[23]
De la oscuridad del dominio español, el semanario pasa a la presentación de la república que será. Realiza el necesario tránsito de la leyenda negra a la época dorada, del hoyo en desaparición al pináculo inminente. El lienzo no solo necesita tinieblas, sino también promesas.
La presentación del paraíso
Eliminado el viejo orden de cosas, Colombia y América surgirían majestuosas. El siguiente comentario, enviado por “un ciudadano respetable de los Estados Unidos”, resume la esencia del planteamiento:
Vuestra estrella brillará con brillante esplendor, mientras que la de otras naciones antiguas se abismará tal vez en una eterna noche. De este modo salen algunas de la barbarie, mientras que otras a paso redoblado marchan hacia ella por medio de la violencia […] Es el orden necesario de los acontecimientos humanos, que el viejo mundo pierda una porción de su luz y que la América adquiera y conserve la suya como una hermosa vestal para los santos fines de la regeneración venidera.[24]
Partiendo de este principio, “grandes y buenas cosas” anticipa el periódico a sus lectores, en especial un fulgurante camino de progreso para Colombia. La descripción optimista se puede considerar como reactivo de la idea de revolución política.
Esta nueva república de tan vasta extensión, que abraza una de las más hermosas porciones de la tierra, que impone por su posición, cuya riqueza en recursos naturales está fuera del alcance del espíritu humano, y que está llamada, no solamente a ser la más poderosa entre los gobiernos independientes de Sur América, sino también un grande y opulento imperio, comienza a aparecer con esplendor y brillantez eminentemente calculados para interesar los sentimientos y fijar la atención del género humano […] el corazón y a vista descansan sobre esta tierra de tantas batallas, animada por su felicidad presente y por la anticipación de su grandeza futura.[25]
Extienden los auspiciosos presagios a toda la América del Sur, cuya potencia material también examinan sin poner freno. Más que todo se refieren a las halagüeñas perspectivas de explotación por las potencias liberales de Europa, especialmente Inglaterra.[26] Aspectos como la topografía y la bonanza del territorio son tratados con detalle, para concluir asegurando beneficios infinitos para el comercio extranjero.[27] Después de la guerra, los comerciantes de Europa podrán adquirir sus materias primas, transportarlas y surtir las manufacturas que necesitaba el comercio exterior. Se anuncia un negocio redondo.
Nada detendría el avance del paraíso, según las letras del vicepresidente Francisco Antonio Zea:
Pero reunidos, ¡gran Dios!, ni el imperio de los medos, ni el de los asirios, el de Augusto, ni el de Alejandro pudiera jamás compararse con esa colosal República, que un pie sobre el Atlántico y otro sobre el Pacífico, verá la Europa y la Asia multiplicar las producciones del genio y de las artes, y poblar de bajeles ambos mares para permutarlas por los metales y piedras preciosas de sus minas, y por los frutos aún más preciosos de sus fecundos valles y sus selvas.[28]
En especial si el pensil es sometido a oportunos retoques. Por eso el proyectismo utilitario se une a los pronósticos de porvenir risueño, especialmente a través de bosquejos sobre inmigración y educación pública. La necesidad del asentamiento de extranjeros se quiere superar con la invitación de “gentes laboriosas”, preferiblemente británicas. Dadas las precarias condiciones de empleo en Irlanda, podrían encontrar con su traslado a Colombia un asilo oportuno.[29] Pero antes que una emigración desordenada, se desea la llegada de familias “que tengan padres e hijos ilustrados, que puedan dar honor a la nación”.[30] Nada de vínculos con el antiguo régimen, por lo tanto. Se les ofrece la posibilidad de trabajar el café de Caracas, el tabaco del Cauca, la quina de Pitayó, las selvas del Chocó y otras riquezas explotadas hasta entonces con métodos ineficientes.[31] De allí que también el Correo proponga el traslado de químicos, naturalistas y botánicos “a quienes llaman estas montañas para que de sus minas, sus animales y sus plantas, ofrezcan con su inteligencia al mundo lo que la naturaleza les ha hecho producir”.[32] Para hacer estable la permanencia de los extranjeros se promoverían matrimonios con hijas de vecinos criollos, que se podían lograr mediante dispensas eclesiásticas que los hiciesen “cómodos y normales”. Así los nuevos ciudadanos no serían “irlandesitos”, ni “quakeritos”, sino colombianos integrales. [33]
El periódico pone interés en el estado de la educación popular y habla de su transformación. Hace un diagnóstico de su condición precaria, que ahora no atribuye al pasado hispánico sino a las recientes contiendas:
Toda persona sensata gime y se lamenta del atraso y decadencia en que nos hallamos por la falta de instrucción pública, en los 11 años que llevamos de contienda con el español para establecer nuestra independencia y prosperidad. Los colegios y escuelas se han suspendido en casi todo este tiempo, y nuestros jóvenes crecen sin oír otras voces que las de la guerra, ni otro estrépito que el del cañón y el fusil. Esto los hará intrépidos para arrojar el enemigo del seno de la patria; pero concluida la guerra y adquirida la paz (que tal vez no esté lejos) nos hallaremos sin personas que tomen con acierto las riendas del gobierno, y con una juventud que si con el ardor militar supo adquirirse la gloria de su patria, sin la instrucción necesaria infaliblemente la perderá.[34]
Ante el cuadro provocado por las hostilidades propone una gran trasformación, pero no detalla los pasos para lograrla. Solo insiste en la necesidad de crear institutos que no se parezcan a los colegios ni a las universidades del pasado. Porque “las escuelas no tanto deben servir para aprender a leer, escribir y contar, cuanto para enseñar en ellas la religión, humanidad, respeto, política, honradez y amor a la patria”.[35]
Pero se advierte preocupación por la educación de la mujer, cuya desarreglada formación solo había procurado
hacer de ellas unos entes que conserven hasta el sepulcro la frivolidad, la inconstancia, los caprichos y poco juicio de la infancia; olvidándose los hombres que han sido hechas para contribuir a su felicidad más sólida y duradera, y sin que el gobierno las cuente para nada en la sociedad.[36]
En el aspecto de la relación de las mujeres con sus maridos llegan a proponer una solución atrevida para los problemas que pudieran suscitarse por la inconveniente educación del “bello sexo”.
Una legislación sensata que permitiese el divorcio remediaría en gran parte la corrupción pública […] a lo menos impediría que muchas veces, durante todo el curso de la vida, fuese el matrimonio la fuente inagotable de las desgracias domésticas.[37]
Finalmente anuncian la trasformación de la educación militar, para preparar oficiales facultativos que iniciarán la tecnificación del ejército. Para su formación seleccionarían “jóvenes iniciados en bellas letras” a quienes se instruiría en aritmética, geometría, trigonometría, estática y dinámica, topografía y fortificación. Pero se quedan en el pregón, sin agregar otros pormenores.[38]
Los nuevos héroes
El Correo del Orinoco culmina su mensaje con el ditirambo de las personas que promueven el divorcio político. Mientras en las gacetas realistas se presenta a los revolucionarios como delincuentes, la imprenta de Angostura se esfuerza en la exhibición de sus rasgos más plausibles. Los anónimos soldados de la patria, los letrados de la república, los capitanes que combaten a la monarquía y las ceremonias del nuevo orden político, se constituyen, con su prolijo desfile de excelencias, en vehículo para la difusión del objetivo republicano.
Todos los patriotas de Colombia merecen una sentida presentación de su tenacidad revolucionaria:
¿Los cadalsos, las proscripciones, el destierro, las lágrimas y la muerte? Esto es todo lo que ha sido el fruto de las patrióticas empresas de los colombianos perseguidos por la ferocidad española, que se ha complacido en derramar torrentes de sangre americana, y en llevar a donde quiera que ha llegado su mortífera mano, la desolación y la impiedad. ¿Los que han apurado la amarga copa de la desgracia hasta sus heces: los que han resistido en las miserias a las seducciones del oro y los honores con que osó brindarlos la más hipócrita política: los que han encontrado mil veces en la triste situación que no hallar otro consuelo a sus crecidas penas, que el testimonio de su conciencia y la satisfacción de sepultarse entre las ruinas de su patria: los que deponiendo todo sentimiento de venganza que debieron producir tantas crueldades, tantas infamias, tanta tiranía, han podido en la época de su preponderancia perdonar al enemigo, abrirle la senda a una reconciliación honorífica, y presentar en su conducta arreglada a leyes singulares, ejemplo de humanidad y filantropía, que excitando la admiración del universo cubren de sorpresa y confusión a los protervos secuaces de la tiranía, nuestros opresores y verdugos: los que sobreponiéndose a las preocupaciones que sembró la abolida dominación para separarnos por fantásticas divisiones de clases y casta, han simplificado y unido la causa de la nación, exaltando el mérito y la virtud en donde quiera que se han manifestado: los que sin el aliciente del suelo, sin la esperanza del botín ni del saco, sin un vestido muchas veces con que cubrir su desnudez, y sin otras prendas que sus armas y su valor, han hecho casi todas las campañas, así en los desiertos como en las poblaciones: los que aspirando siempre al firme establecimiento de la República han hecho reunir sus legisladores toda vez que lo han permitido las circunstancias, y han recibido sus preceptos con veneración: los que, en fin, no han trabajado tan infatigablemente sino para tener patria, gobierno y libertad, ¿merecerán acaso la injuria de ignorantes atrevidos?[39]
Sacrificados y honestos como los patriotas holandeses, templaron su ánimo en el ejercicio de las virtudes domésticas como debieron formarse los héroes de la antigüedad y, más recientemente, Guillermo Tell y Washington. De allí su desprecio del egoísmo partidista y su socrática preocupación por el arte del buen gobierno.[40]
Del enaltecimiento panorámico, esencial porque hasta entonces no han circulado exaltaciones contundentes de la sociedad hispanoamericana, pasan a referir casos en cuya conducta se reflejan las virtudes colectivas. En la cabecera de los encomios están los neogranadinos Jorge Tadeo Lozano y Camilo Torres. El primero por sus luces y sacrificios, y el otro por ser la encarnación de una estirpe ilustrada. “Primer jurisconsulto de la Nueva Granada”, fue, además,
Buen hijo, buen padre, buen esposo y mejor ciudadano. Jamás desmintió la probidad de sus costumbres, ni se puede citar un rasgo de su vida que haya degradado su reputación, a pesar de que no le faltaron enemigos como sujeto de mucho mérito.[41]
Atribuye cualidades sobresalientes a numerosos letrados venezolanos, como Juan José Mendoza, Gabriel Lindo, Manuel Palacio Fajardo y Juan Germán Roscio. El primero es presentado como hombre de “vida laboriosa, benéfica y patriótica”[42], mientras que al padre Lindo se dedica un entusiasta panegírico:
Los muelles morales de su espíritu bajo el peso enorme de las cadenas no habían perdido su elasticidad en más de 70 años de abatimiento y opresión. Nunca se puso de parte de los enemigos de la independencia y libertad desde que conoció la importancia moral y política de este acontecimiento en la América del Sur: nunca maquinó contra ella desde que se convenció que era del orden necesario de las cosas humanas, de una rigurosa justicia y del interés bien entendido de todas las naciones del mundo.[43]
El bosquejo de la vida de Palacio Fajardo no tiene contención: “patriota virtuoso, médico compasivo, magistrado íntegro, figura inmaculada”[44]; pero Roscio no queda a la zaga. Repasemos su nota necrológica:
Mil graves y difíciles empleos ocuparon de tal suerte su vida, que puede decirse con verdad que ni un momento respiró sino en servicio de la patria. Su constancia en la adversidad excede a todo encarecimiento: ni las cadenas y mazmorras, ni las miserias y trabajos llegaron a abatir jamás su impávida firmeza o a desviarle un punto de la senda del honor; y aún los déspotas mismos que lo oprimían, se vieron obligados a admirar la grandeza de su alma y la superioridad de la virtud. Aunque ya no existe entre nosotros, su memoria vivirá eternamente: y sus escritos elocuentes en que confundió e hizo temblar a los tiranos, defendió la causa de la libertad y sostuvo los derechos de la humanidad, serán siempre leídos con placer y entusiasmo por nuestras más distantes generaciones.[45]
Como se hace una guerra, los soldados son objeto de copioso encomio. El general José Antonio Anzoátegui y el coronel James Rook son señalados como modelos entre los adalides[46], comparables con los campeones de la antigua Grecia, mientras la musa vuela en el epitafio de Atanasio Girardot.
Vivió para la Patria un solo instante,
Vivió para la gloria demasiado
Y murió vencedor siempre constante.
Sigue el ejemplo ilustre que te ha dado
Si todavía hay tiranos, caminante;
Pero si ya de libertad se goza,
Detente y llora sobre aquesta loza.[47]
Los autores también se inspiran en las hazañas del general argentino José de San Martín, hasta desembocar en unas rimbombancias motivadas por la batalla de Maipú.
Ni Leónidas al frente de los bravos
Que a Termópilas lleva, ni Milcíades
Al persa altivo en Maratón venciendo,
Tuvieron el valor y genio ardiente
Que te inflamaba en la tremenda lucha.[48]
Pero en la muestra de las virtudes bolivarianas el Correo llega hasta la hipérbole. Si ha sido generoso en adjetivos para exaltar a los próceres de Colombia, muchos más de los que se han mostrado aquí por razones obvias, ahora los dilapida. El Libertador es el ente superior de quien depende la bienandanza de América. Veamos, por ejemplo, estas letras desbordadas:
La presencia del inmortal Bolívar, semejante a la del Astro hermoso que brilla sobre nuestro Hemisferio, produce por todas partes la salud y la vida, y su carrera puede compararse a las del Orinoco y del Magdalena que van vertiendo en sus orillas la fecundidad y la riqueza […] Nosotros vemos en este hombre singular no solo el autor de nuestra emancipación, sino el conservador de la libertad, el augusto garante de los derechos del pueblo. Salve mil veces, héroe magnánimo.[49]
Sus inigualables servicios a la patria eran reconocidos por todos los pueblos, por los jefes revolucionarios de las vecindades –como el chileno O´Higgins y el argentino San Martín-[50], por las asambleas de las nuevas naciones hispanoamericanas[51] y también por los artistas europeos. Tal el caso de los grabadores parisinos, quienes lo incluyeron en el dibujo de unas medallas que lo colocaban junto a Washington, Koscuisko y Quiroga, “libertador de los españoles”.[52]
Hasta Pablo Morillo reconocía su genio[53], llegan a asegurar, mientras la prensa de Inglaterra se afanaba en redactar sus biografías. Así, por ejemplo, toman del Times londinense el siguiente extracto:
Nacido en Caracas y por ningún motivo es un aventurero. Promovedor infatigable durante quince años de la libertad de su patria, toma ahora la actitud de un segundo Washington. Descendiente de una familia noble, heredó un patrimonio que le daba 20.000 francos de renta anual que ha consumido en parte para el feliz éxito de una empresa cuya idea le impresionó en medio de los placeres y diversiones de París, adonde había venido para completar su educación. Fue muy bien conocido, doce o quince años ha, en las sociedades de esta capital. Su cara era de español con una impresión muy agradable, ojos negros vivos y ardientes, facciones regulares, mediana estatura, gran facilidad de locución, brillante imaginación, carácter atrevido que no ha sido jamás afectado por el modo con que fue educado. Es activo, ansioso de instrucción y lleno de los conocimientos de su siglo, habiendo seguido todos los cursos de lectura e iniciándose en todos los conocimientos modernos. Íntimo amigo del ilustrado Humboldt y de Bompland, con quienes viajó largo tiempo, atravesó con el fin de estudiar los hombres la Francia, la Inglaterra, Italia, Suiza y parte de Alemania. En estas circunstancias se dio a conocer bajos los auspicios del General Miranda, quien puso en sus manos aquel sable que ha sabido manejar tan bien. Los gustos y hábitos de su primera vida parece que le señalaban para un destino diferente.[54]
También es criatura de las luces europeas, por consiguiente, figura moldeada por las enseñanzas de los maestros del mundo moderno que evitaron que fuera otro aristócrata inútil del criollaje. Unas afirmaciones tomadas de la Gaceta Federal de Baltimore, después de hacer unos trazos biográficos llegan a la siguiente conclusión:
¿Pero cuanto no debe la generación actual, y cuanto no deberán las edades venideras a BOLÍVAR? Aquel hombre, aquel genio titular, aquel patriota generoso y decidido, que no ha tenido la ventaja de ser elegido para mandar sus ejércitos por un pueblo unido, sino que podemos decir, sin equivocación, que él ha criado un pueblo; y con la fuerza de su propio genio y de su ejemplo ha levantado un estado libre en el desierto que había dejado el despotismo desolador.[55]
Pero a los espaldarazos de la modernidad y a la alabanza de su genialidad se añade, desde luego, el relato de sus hazañas bélicas.
Gámeza, Vargas, Bonza… en estos sitios
Se llena de pavor la tiranía
huyendo como el tigre en la espesura
Para que el cazador no lo persiga.[56]
Y el reportaje de los festejos dispuestos para su obsequio. Aparte de la narración de las celebraciones de San Simón, realizadas en toda Colombia, destaca la relación de su imponente entrada a Bogotá. El Libertador llegó precedido de cuatro heraldos que anunciaban con clarines dorados su “presencia augusta”, mientras ocho batidores despejaban el tránsito para un cortejo que formaban el procurador del cabildo, los regidores y alcaldes ordinarios, los ministros del tesoro, los funcionarios de la Casa de la Moneda, fiscales y magistrados de la Alta Corte y el gobernador político. Tras ellos cabalgaba el héroe, caballero en bestia ricamente enjaezada, acompañado por los generales Santander y Anzoátegui, Estado Mayor y edecanes.
La marcha era lenta y majestuosa; un golpe armonioso de música guerrera llevaba a los corazones la admiración, el respeto y el entusiasmo inexplicables. Las calles de todo el paseo estaban aseadas, blanqueadas y pintadas de antemano con simetría y belleza. El precioso damasco en sus diversos colores adornaba las puertas, ventanas y balcones de los edificios, que estaban colmados, así como las calles, de un pueblo inmenso. Siete arcos triunfales de bastante elevación y adornados con una magnífica sencillez, estaban erigidos a proporcionadas distancias en el espacio que debía recorrerse. Unos estaban vestidos de color encarnado, otros del amarillo, del azul, del blanco, y otros eran tricolores. Tenían tres puertas. Por la más grande y elevada que quedaba en el centro, entraba únicamente el General triunfante, y por las otras dos pasaban todos los demás.[57]
Fue conducido a la catedral para su recepción por el Cabildo Eclesiástico, el rector de la Universidad, los prelados de las religiones y los síndicos de los monasterios. Oyó entonces el Te Deum “con profunda veneración”. En la plaza mayor le esperaban los honores de la corona de laurel y, en la noche, con los personajes encumbrados de la sociedad, una recepción donde “el Walz, la Contradanza, los Minuetes, todos los bailes acostumbrados se ejecutaron con primor y gallardía”.[58]
El Correo del Orinoco adelanta una construcción insólita que el futuro debe refrendar.
La descripción de otras aglomeraciones procura el fomento de los sentimientos colectivos que necesita la república en ciernes. Por ejemplo, los actos conmemorativos del 19 de abril de 1810, en Caracas, así como las fiestas por el aniversario de la creación de Colombia. El semanario destaca las alegrías de Guayana por el natalicio de la patria, rodeadas por un cuadro de alegorías y jeroglíficos alusivos al inicio de un suceso estelar. Entre ellos la unión de los pueblos “figurada en dos manos”, el Argos de la Vigilancia y alusiones a Ceres, Neptuno y Minerva, patrones clásicos de la agricultura, el comercio y las ciencias.[59] Desde luego que la conmemoración de las batallas victoriosas ocupa lugar prominente en el calendario que se inaugura, especialmente el regocijo por el triunfo de Carabobo.
¿Qué sucede entonces en Caracas?
Todos se disponían al placer […] las calles se aseaban, se entapizaban, en sus muros se ejecutaban otros trabajos del día; y entre un murmullo festivo y una alegre algazara se acercaba la noche, en la cual habían de principiarse las diversiones del pueblo, que inquieto se miraba recorrer en grupos las calles y las plazas. Millares de luces disiparon después las tinieblas: el cristal reluciente brillaba por todas partes; sus resplandores eclipsaron para nosotros el de las estrella, y más hermosa entonces la tierra que los cielos, el hombre disfrutó el más bello día de su propia creación.[60]
En la capilla universitaria se colocó un “hermoso transparente” que representaba a Hércules y a Minerva en una columna de la inmortalidad coronada por el busto de Bolívar; y se ordenaron coronas de mirto para los generales Páez, Anzoátegui y Santander. La sociedad se reconoce en sus héroes, o el Correo hace pertinaces operaciones para que suceda así.
Es evidente cómo trabaja el periódico en la creación de un santoral distinto al de la ortodoxia, y en la redacción de un catálogo de sucesos orientado a la formación de una clientela para la republica que se está estrenando, capaces de relacionar a amplias capas de la sociedad con un designio que da sus primeros pasos sin que antes se hubiera pensado con seriedad en que los daría. Un acervo de ideas para la desaparición del coloniaje inicia la revista de las novedades, pregonadas por unos pensadores que antes pasaban por pecadores y ahora explican las razones de la libertad y las cargas de la tradición como nadie había hecho, en plena calle, sin recato y con dinero público. Colombia es anunciada como hija de unos filósofos que causaban pavor, pero que ahora se venden como tutores de una epopeya surgida de las entrañas de un pasado abominable que se convierte, sin que nadie explique cabalmente la evolución, en torneo de paladines ilustrados y bizarros. Un conjunto de publicistas nuevos en la plaza quiere lectores igualmente flamantes para que escriban, calcando sus planas, el primer capítulo de una época sobrehumana que nadie tenía calculada de veras, pero sobre cuya existencia se ofrecen garantías en un impreso que acude a la autoridad de unos autores reverenciados por la modernidad, o a la invención de un pasado que cambia el encarecimiento por el desprecio para que comience una historia diversa.
Una historia jamás contada, debido a que se escribe para que el mañana quede en manos de un género humano que había tenido hasta entonces papel subalterno o marginal, y de cuyo seno surgen unas figuras llamadas a enderezar el rumbo de la sociedad, entre ellas una luminaria irrebatible. Unos individuos de quienes jamás se había hablado con entusiasmo debido a que el protagonismo solo se había manifestado en las líneas del conquistador, pero que ahora retan con sus excelencias hasta extremos sorprendentes. El paisaje administrado por ellos sería otra cosa, las cualidades del trabajo harían milagros, la ignorancia se cambiaría por la ciencia, la opulencia sustituiría a la pobreza, la equidad terminaría con la injusticia. El Correo del Orinoco adelanta una construcción insólita que el futuro debe refrendar.
©Trópico Absoluto
Notas
[1] Ver: Elías Pino Iturrieta, Ideas y mentalidades de Venezuela, Caracas, Editorial Alfa, 2008. Hice un primer estudio del Correo de Orinoco en 1972, que es punto de partida para parte del análisis que ahora se hace.
[2] Dogma filosófico de la insurrección, Correo del Orinoco, No. 92, 20 de enero de 1821.
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] Artículo comunicado, Correo… No. 85, 21 de octubre de 1821.
[6] Idem.
[7] Idem.
[8] De la sociabilidad, Correo…, No. 96, 17 de febrero de 1821.
[9] Concordias filosóficas, Correo…, No. 125, 26 de enero de 1822.
[10] Examen del derecho que han tenido los Europeos para fundar colonias en el Nuevo Mundo, Correo…, No. 108, 25 de junio de 1821.
[11] Prospecto de los Incas del Perú, Correo…, No. 29, 10 de mayo de 1819; Monumento singular, No. 107, 16 de junio de 1821.
[12] Monumento singular, Correo…, No. 107, 16 de junio de 1821.
[13] Honorable Señor Henry Clay, Correo…, No. 83, 7 de octubre de 1820.
[14] Independencia de la América, verdadero interés de Europa, Correo…, No. 58, 15 de marzo de 1820.
[15] Idem.
[16] La sombra de Atahualpa, Correo…, No. 105, 26 de mayo de 1821.
[17] Idem.
[18] Artículo 60. Correo…, No. 80, 16 de septiembre de 1820.
[19] El monstruo ya no existe. Correo…, No. 67, 17 de junio de 1810.
[20] Reflexiones sobre la presente Constitución de España, Correo…, No. 93, 27 de enero de 1821.
[21] Un amigo de la humanidad a los españoles europeos. Correo…, No. 106, 9 de marzo de 1821.
[22]Invitación a la América del Sur. Correo…, No. 70, 8 de julio de 1820.
[23] Oración Limeña, Correo…, No. 101, 14 de abril de 1821.
[24] De una carta de los Estados Unidos, escrita por un ciudadano respetable. Correo…, No. 36, 7 de agosto de 1819.
[25] Artículo tomado de la Gaceta Federal de Baltimore. Correo…, No. 119, 17 de noviembre de 1821.
[26] América Meridional, Correo…, No. 128, 23 de marzo de 1822.
[27] Idem.
[28] Manifiesto del Presidente del Congreso a los pueblos de Colombia. Correo…, No. 50, 29 de enero de 1820.
[29] Emigración a la América del Sur. Correo…, No. 35, 31 de julio de 1819.
[30] Idem.
[31] Artículo comunicado. Correo…, No. 125, 30 de enero de 1822.
[32] Idem.
[33] Idem.
[34] Idem.
[35] Rasgo histórico. Correo…, No. 92, 20 de enero de 1821.
[36] Bello sexo. Correo…, No. 92, 20 de enero de 1821.
[37] Idem.
[38] Otro Artículo Comunicado. Correo…, No. 65, 3 de junio de 1820.
[39] El Redactor General de Cádiz número 161. Correo…, No, 121, 8 de diciembre de 1821.
[40] Diferencias entre el demagogo y el patriota. Correo…, No. 67, 17 de junio de 1820.
[41] Artículo Comunicado. Correo…, No. 39, 11 de agosto de 1818.
[42] Articulo Necrológico. Correo…, No. 107, 16 de junio de 1821.
[43] Artículo Comunicado. Correo…, No. 68, 24 de junio de 1821.
[44] Necrología. Correo…, Sin número, 15 de mayo de 1821.
[45] Necrología, Correo…, No. 103, 28 de abril de 1821.
[46] Necrología. Correo…, No, 42, 30 de octubre de 1819.
[47] Epitafio. Correo…, No. 54, 11 de marzo de 1820.
[48] Buenos Aires. Correo…, No. 57, 8 de febrero de 1820.
[49] Bogotá. Correo…, No. 99, 31 de marzo de 1821.
[50] Correspondencia oficial de Chile. Correo…, No. 36, 7 de agosto de 1819.
[51] Congreso. Correo…, No. 47, 18 de diciembre de 1819.
[52] Gratitud nacional. Correo…, No. 49, 15 de enero de 1813. Y Patriotas de ambos mundos. Correo…, No. 84, 14 de octubre de 1820.
[53] Extracto de una carta de Madrid. Correo…, No. 119, 17 de noviembre de 1821.
[54] Correspondencia particular. Correo…, No. 39, 11 de septiembre de 1919.
[55] Artículo tomado de la Gaceta Federal de Baltimore. Correo,,,, No. 119, 17 de noviembre de 1821.
[56] La Campaña de Bogotá. Correo…, 53, 19 de febrero de 1820.
[57] Gratitud Nacional. Correo…, No. 49, 15 de enero de 1820.
[58] Idem.
[59] Publicación de la Constitución en la capital de Guayana. Correo…, No, 126, 9 de febrero de 1822.
[60] Regocijo público. Correo…, No. 122, 15 de diciembre de 1821.
Elías Pino Iturrieta (Maracaibo, 1944) es licenciado en historia por la Universidad Central de Venezuela y Doctor en historia por el Colegio de México. Profesor titular de la Universidad Católica Andrés Bello y de la Universidad Central de Venezuela. Individuo de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela. Es Director del Instituo de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello y Editor Adjunto del diario El Nacional. Ha publicado, entre otros: La mentalidad venezolana de la emancipación (Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1971), Las ideas de los primeros venezolanos (Caracas: Fondo Editorial Tropykos, 1987), País archipiélago: Venezuela 1830-1858 (Caracas: Fundación Bigott, 2001), El divino Bolívar: ensayo sobre una religión republicana (Madrid: Catarata, 2003), Nada sino un hombre: los orígenes del personalismo en Venezuela (Caracas: Alfa, 2007).
1 Comentarios
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Saludos. Excelente artículo. El profesor Elías Pino se acerca a una temática que todavía no aborda del todo la historiografía venezolana, nos referimos al proceso de construcción del culto a los héroes, y en especial a Simón Bolívar, como un hecho contemporáneo a la Independencia. Los ejemplos extraídos por el autor de las páginas del Correo del Orinoco son un ejemplo de ello.